A lo largo de su ejecutoria el virus ha mostrado inteligencia corporativa notable, ensayando infinidad de estrategias y tretas para meterse en nosotros y si es posible matarnos: pistas falsas, mutaciones, transformismos, retiradas ficticias, contraataques. A esa confusión se añade la de la ciencia médica, que (con entrega admirable, eso sí) ha reaccionado con tantos palos de ciego como aciertos. El resultado global, tras año y medio de estar la sociedad en el quirófano y bajo una banda sonora atiborrada de publicidad engañosa (baja letalidad, inmunidad de grupo, nueva normalidad, etcétera), es una sensación de hartura que lleva a muchos a bajar la guardia y entregarse a lo que el destino quiera. Imaginar que esto sea parte de la guerra psicológica del virus para sus últimas bromas suena a animismo, pero si este virus no tiene alma (por negra que sea) nada ni nadie la tiene.

** Periodista