Algo-ritmo: conjunto ordenado de operaciones matemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas, principalmente sacándole el dinero a un cándido usuario de internet con marcada cadencia». Así podría definir José Luis Blasco (seguro que con mucho más estilo) en la mini-sección El Vocaburlario, justo encima de estas líneas, esos sistemas lógicos que divulgaron los andalusíes en Europa enriqueciendo las matemáticas, y que ahora sirven en internet para enriquecer a Google, Amazon, eBay, Alibaba, aplicaciones de compra-venta de cualquier tipo y, sobre todo, casas de juego virtuales.

Verán: hace un tiempo me propuse subastar un objeto por internet y justo cuando iba a pulsar la tecla ‘enter’ me pregunté: «Pero… ¿tú sabes si lo que vendes puede valer un dineral, si al otro lado hay gente real que puja, si algún algo-ritmo no te presenta una apariencia de compra real y luego alguien se queda esa fortuna?» Y fui más allá: «¿Estás seguro de que los resultados que te da el buscador son los que tú quieres o los que quiere él? ¿Sabes si los que opinan como tú son la mayoría de los que te contestan en redes sociales o son los que te ha presentado un algoritmo?» No es ninguna tontería, hay cursos de márketing que cuestan una auténtica pasta para desentrañar por dónde van esas fórmulas matemáticas que te permitan colocar a tu empresa o tu web en los primeros lugares de los buscadores. Conocimientos que, por cierto, a los pocos meses han cambiado totalmente. Descubrir la fórmula de la Coca-Cola es una chorrada hoy en día comparado con intuir la décima parte de los algoritmos de Google.

Y lo que pasa es que en estos tiempos no nos fiamos de verdades obvias, hay más negacionistas de todo que en cualquier época’, pero nos entregamos con los brazos abiertos y los ojos cerrados a los grandes instrumentos de internet para acceder al saber, al comercio, al ocio… De los que nadie sabe exactamente cómo funcionan.

Mientras, es curioso que ya hasta haya suficiente ‘literatura’ de la cultura pop que nos avisa de que podemos estar viviendo un mundo virtual cuando el real va por otra parte. The Matrix (1999), Tron (ya en 1982 junto a su secuela en el 2010), El Show de Truman (1998) o recientemente Free Guy (2021) e incluso decenas de obras literarias que en el fondo no son sino filosofía de Platón pura y dura: el mito de la caverna, postulando que la realidad auténtica está fuera y nosotros somos meros reflejos deformados y manipulables. ¡Cómo le daban los griegos a la sesera muchísimo antes de nosotros!

No llamo a dar la espalda a todo ese mundo virtual que tenemos a nuestro alcance. No nos queda nada más remedio que fiarnos de los algo-ritmos porque si no en este mundo uno no podría desenvolverse. Pero al menos podríamos ser conscientes de ello y de que lo importante son las cosas tan cercanas, materiales y físicas: una caricia, un apretón de mano, una mirada…

Cuestión aparte, porque ya clama al cielo, son los algo-ritmos del juego on line. En eso no hay duda. Igual que no la había de que las máquinas tragaperras que invadieron los bares hace tres décadas estaban programadas, por ley, para dar solamente un 80% máximo de premios de lo recaudado. Así que, hoy en día, los programas informáticos no van a permitir jamás que el jugador gane a la larga porque la casa de apuestas se va a llevar su comisión sí o sí. Y eso, suponiendo que usted juegue contra otros apostantes, no contra un escenario ficticio montado con algo-ritmos que conocen mejor que usted mismo sus hábitos y características de juego y le van a llevar a donde ellos quieren. ¿Lo ha pensado alguna vez?

Por lo visto, alguna vez en algún casino ha habido alguien que ha saltado la banca. ¿Han oído ustedes alguna vez que una casa de apuesta virtual haya quebrado? Pues eso. Los algo-ritmos no se equivocan.