Poco se puede añadir a lo explicado, visto y oído estos días sobre Afganistán. Corresponsales y expertos nos han explicado cómo los talibanes han avanzado y tomado la capital en cuestión de horas, cuán desesperada se encuentra la población dispuesta a jugarse la vida con tal de huir del país, qué magnitud tendrá esta vez la anulación de las mujeres por parte de los señores de la guerra...

El resto de ciudadanos europeos vemos horrorizados el éxodo de miles de afganos, proponemos recogida de firmas bienintencionada y asistimos al reparto de boquilla de los futuros refugiados por parte de algunas administraciones. De brazos cruzados, algunos responsables europeos como Angela Merkel aparecen apenados para condenar el caos en Kabul. Otros como Josep Borrell defienden el diálogo con los ya líderes de facto del nuevo régimen. Firme y convencido, Joe Biden reconoce abiertamente que la decisión de retirar a las tropas estadounidenses obedece a intereses internos.

Mientras todo esto sucede bajo los focos, Afganistán augura tiempos de oscuridad. 20 años de discursos y desembarcos de fuerzas occidentales han servido para poco. Dos décadas vendiéndoles que lograrían una sociedad más avanzada e igualitaria y, al final, se quedan con cara de tontos al ver cómo, en apenas unos días, el sueño americano en política exterior se desvanece. Ahí os quedáis.

Sobra decir que son intereses económicos y geopolíticos los que están detrás de esta salida precipitada de Estados Unidos de Afganistán. Habrán leído ya decenas de razones, como que los norteamericanos prefieren centrarse ahora en otras batallas como, por ejemplo, la comercial con China. Pero la ilusión y el futuro de tantas generaciones no pueden ponerse en jaque de esta forma. Una vez más, las llamadas democracias avanzadas deciden, organizan y disponen de países a su antojo. Explotan sus recursos, les imponen su paz y convencen a millones de personas de las bondades de una vida que les muestran pero no les dan. Eso es cruel. Y Afganistán solo es uno de los escenarios donde las grandes potencias juegan su particular partida de superioridad moral.

Es fácil caer en el cuñadismo y en la denuncia visceral en este asunto. No sería lo peor. Eso llegará cuando Afganistán se quede prácticamente en el olvido. Los aviones del primer mundo sacarán a sus compatriotas y las tropas se retirarán progresivamente. El desinterés de Occidente se apoderará de las agendas y empezaremos a mirar a otro lado. La crisis humanitaria seguirá su curso y los refugiados se buscarán la vida. Allí solo quedarán un puñado de oenegés en las calles. Y los talibanes, en el palacio presidencial.

* Periodista