El contraste vivido entre las imágenes de Kabul tomado por los señores de la guerra imponiendo su régimen medievalista mientras la población intentaba huir aterrorizada corriendo detrás de los aviones, en la única zona de la ciudad todavía controlada por el ejército americano, y las reacciones patrias en las redes fluctuando desde la solidaridad inane a la utilización del desastre para continuar aquí dentro con sus guerras culturales lleva a una doble desolación. La evidente, del fracaso de una intervención internacional desde los años setenta en esa región, sometida al pragmatismo de los intereses de la realpolitik, la explotación de los recursos naturales, el interés de las antiguas y ahora nuevas superpotencias con China al frente sobre la estabilización del territorio y sus fronteras pero el abandono de sus habitantes.

Pero hay también una sensación de abatimiento al ver que asistimos desde aquí, desde Occidente, al horror en directo y la reacción individual es la recogida de firmas en un documento de Google o de change.org en apoyo de las mujeres afganas. Desde la mejor de las intenciones, como una llamada de auxilio y en un intento de mantener en la opinión internacional la denuncia de las violaciones contra los ya escuálidos derechos de las afganas, evidencia todavía más que ante la incapacidad institucional y colectiva necesitamos volcar nuestras emociones en alguna acción. Es estratégicamente inútil, nadie les va escuchar, no interesa, Biden se ha ido a la carrera porque la población estadounidense no soportaba más muertos, ni valoraban las intervenciones o invasiones a terceros como sí ocurría hasta la administración Bush. A las administraciones rusa, china, pakistaní o saudí, tan acostumbradas a los valores democráticos y a respetar la opinión de sus ciudadanos, la indignación de sofá de los europeos no les quita el sueño. Mientras, Europa permanece en silencio y solo despertará cuando haya que repartirse las cuotas de refugiados afganos, igual que vivimos con Irak o Siria y no con generosidad sino con la cicatería conocida.

Y, por supuesto, la sensación de desánimo viene acrecentada desde donde siempre, desde los que utilizan las buenas intenciones de otros, para reírse en la cara, para seguir atacando sus posiciones antifeministas, antimultilateralistas, crucificando en redes a protagonistas tan decisivos en este conflicto internacional como Anabel Alonso o la ministra Montero. Todo vale, no solo en los conflictos geopolíticos que parece solo afectan a otros, también en nuestro aldeano debate lleno de tópicos, mártires y cuñados.