En agosto cesa el murmullo que envuelve la cotidianeidad y comienza un murmullo que previsiblemente nos debería relajar y que se acaba convirtiendo en un atronador ruido de coches circulando entre la severidad que impone el mal genio, niños gritando sin que una entienda la razón de tanto alboroto, padres imponiendo normas y adolescentes haciendo de adolescentes insolentes de tanta vida y belleza como tienen y exponen. Es agosto y solo hay tiempo para beberse el verano entre baños y cañas, entre risas y holas al compás de eternas reuniones que nos hacen olvidar que entre el cielo y nosotros persiste el covid, que nos sobrevuela y está atento cuando nosotros hemos decidido desatenderlo todo, porque es agosto, el mes rey de las tan merecidas vacaciones, el de los amores conmovidos, el de los olores y sabores dulces, el que nos recuerda que hubo otros agostos donde nuestros cuerpos despertando a la vida se vestían de salitre y se abrasaban entre la noche y el silencio.

Hoy recuerdo aquellos agostos en los que viajábamos por las carreteras de España; éramos una familia de clase media y nuestros veranos se dividían entre el mar y la montaña, porque agosto tenía los versos de Silvio sobre el Mediterráneo y la fuerza de un bolero entre los andenes de la estación de Canfranc. El coche, un Renault 12 familiar, era infatigable, nunca se rendía y aunque lo cargáramos con más y más maletas, con más y más bolsas de comida, él se hacía cómplice y entre las manos de mi padre avanzaba sin descanso hacia el Pirineo o hacia el mar en calurosos días en los que atravesar Sagunto era el peor de los recuerdos y donde las maldiciones se escuchaban rebotando en los capós y desde las ventanillas de los conductores.

Me gusta agosto a pesar de los ruidos, del calor, de los coches, de las conversaciones que escuchas sin querer porque los otros lo quieren, de las complicidades que estableces porque es agosto, así de simple, y me gusta hasta cuando se burla de nosotros y nos hace comprender que la única calma es nombrarlo en la soledad de su nombre cuando nadie nos ve y las nubes se entrelazan para recordarnos que es agosto, el mes en el que olvidas sin olvidar, pero pensando que realmente olvidas.

Agosto siempre nos hace trampas, lo sé, porque aun siendo uno de los meses largos se hace corto y cuando se despide y nos dice adiós, hasta el próximo año, nos quedamos saboreando todos sus escotes, todas sus pieles, todas sus horas, todos sus aromas y así, entre atendidos y desatendidos, nos vamos desnudando y mudando la piel que agosto nos dejó como un regalo sincero.

* Periodista y escritora