Siempre hubo familias gitanas que vencieron a la marginalidad; en 1602, mientras se expulsa a los últimos moriscos, Felipe lll dicta una orden de protección a favor de varias familias de nobles gitanos que prestaron sus servicios en los Tercios de Flandes. Pero eran gracias especiales, porque fue la llegada de la democracia, y su irrenunciable apuesta esencial por la universalidad de la educación, la que hizo que sucesivamente a las familias gitanas se les ayudara desde las instituciones públicas para afrontar las dificultades de una mala situación social heredada de un pasado excluyente. Porque es en una democracia que apueste por desarrollarse como debe, cuando la igualdad de oportunidades y la apuesta por la formación se torna una reivindicación real. Queda mucho, porque son muchos años de atraso, pero el camino está marcado y marchando.

El último empuje ha sido la presencia de diputadas gitanas aupada por los aparatos de los partidos como pago de la deuda histórica que la política mantiene con un pueblo oprimido; pero incorporando a estas no tanto como representaciones étnicas como por un ideario político de clara apuesta por la igualdad sin necesidad de ninguna otra connotación más allá de la que ya se sobreentiende dada la subjetividad étnica de dichas personas. Sonadas son las intervenciones de Beatriz Carrillo, Juan José Cortes, Sara Jiménez, Ismael Cortes, Patricia Maya, Sandra Heredia, Carmen Jiménez o Carla Santiago, todos desde distintos partidos, pero con un mismo discurso que ha puesto las orejas coloradas a todo el Parlamento porque no deja de ser vergonzoso que hayan tenido que acceder gitanas y gitanos a los escenarios políticos para que el pueblo gitano se sintiera de verdad representado. Y gracias a ellos, desde el ideario y no la etnia, por primera vez en la historia se elabora un pacto contra el antigitanismo, algo fundamental para el definitivo desarrollo de un pueblo precioso al que hay que agradecer una parte preciosa de la construcción de España.

Pero será un error imperdonable mal interpretar la naturaleza de este elegante pacto que debe tener clarísimo sentido ideológico democrático y no étnico (aun siendo los que principalmente lo han impulsado las diputadas gitanas); son las ideas incluyentes las que nutren la buena política en pro de la igualdad y no las etnias. Sería muy deprimente que este acuerdo cogiera un camino equivocado, una vía muerta. Lo digo porque podemos caer en la diabólica tentación de interpretar que la lucha contra el antigitanismo pasa por la reafirmación de la gitanidad a nivel institucional y así crear especies de organismos públicos de carácter étnico. No. Miren ustedes, las gitanas y los gitanos de alma y corazón nunca hemos necesitado que nadie venga a decirnos lo orgullosos que estamos de serlo ni tan siquiera en las épocas más adversas donde hasta la vida misma estaba en ello. Es decir, lo único que necesitamos es que la democracia sea auténtica y no de postín, por lo que de nada nos sirven estatutos o representaciones de corte étnico más propias de sistemas fascistas o democracias mal llevadas que solo provocan más exclusión disfrazada de una supuesta apuesta por la igualdad; en los países del Este de Europa, la representación político étnica está muy presente y allí los romaní están en la prehistoria comparados con nuestros avances. Y es que mezclar lo étnico con lo político no suma ni suaviza las diferencias entre las gentes, sino que las tensa. En definitiva, que la institucionalidad étnica no sirve para el desarrollo de los pueblos. Bueno, sí que sirve para dos cosas: para la creación de chiringuitos que solo benefician económicamente a los que se colocan en ellos y para desnaturalizar el gitanismo real; en la calle, una gitana orgullosa de serlo, solo quiere andar por la vida como una ciudadana más, respetada y respetable.

Y luego, gitana total en la intimidad. Punto. Pero lo que no puede ser es que estos listos y falsos predicadores que venden la creación de la gitanidad institucional por interés y/o egocentrismo, terminen por cargársela como la rosa que se toquetea mucho. Porque no son luchadores de la igualdad ni tienen profundo amor al pueblo gitano, sino que son lobos con piel de oveja sedientos de beneficios particulares, cuando en realidad ni siquiera se sienten parte popular de la antigua raza de cobre y bronce. Y la prueba es que son muy gitanos para lo público, pero luego obvian o rechazan todo atisbo de gitanismo en lo privado y más aun de cara a sus descendientes. Y eso, amigos míos, también es antigitanismo.

* Abogado