En los primeros meses de la pandemia pensábamos que íbamos a salir distintos, que una crisis global tan enorme tendría que dejar alguna lección moral para que todos mejorásemos en algo. Luego, coincidimos en que del covid-19 no todo el mundo iba a aprender la lección. Por último, el pensamiento que recibía más consenso es que de la pandemia saldrá mejor el que ya era bueno y peor el que ya tenía pocas virtudes. Vale. Lo que no podíamos imaginar es la cantidad de cafres y de mala leche institucional que había antes de la epidemia global y que en ella ha dado toda la cara.

Y esto vale para el ámbito personal, para el social, sobre todo, para el político y, ahora, hasta para el judicial. Lo que tras el Estado de Alarma (que tuvo que ser Estado de Excepción, según el Constitucional) cuando un tribunal del mismo rango rechazaba una norma restrictiva por el virus dictada por una comunidad autónoma, mientras que la misma propuesta era aceptada por otros jueces en la autonomía de al lado... nos sorprendía y hasta nos dejaba perplejos. Ahora ni eso: «Yo, con lo que decida el Supremo de mi comunidad autónoma ya he bajado los brazos tanto como los jóvenes han tirado la mascarilla en Magaluf», parece que están diciendo los gobiernos regionales, y se juega con una tranquilidad tremenda dictando medidas para que, si cuela en el Tribunal Supremo, bien, y si no... pues que la gente se contagie.

Al respecto, magnífica la tira de humor de este periódico de Pablo García y Rogelio Román, todo un editorial en una viñeta que en la edición de ayer ironizaba con una imagen de la alegórica Justicia y el epígrafe «Tribunal Superior de Salud» citaba nuevos órganos como el «Tribunal Pandemial, Sala de Lo Covid, Tribunal Superior de Botellones, Audiencia Vacunal» o «Sala de lo Ocio-Nocturno».

Y es que lo que capta el ciudadano es que el Ejecutivo y el Legislativo tienen demasiada confianza, cuando no cierta prepotente seguridad, en que el Poder Judicial respalde sus decisiones. Como si dijera: «Bueno, lo mismo no está bien expresado, pero... ¡Qué más da! ¡Leches! Es de sentido común, es para un bien mayor, algo puntual». Mientras, el mensaje que le llega al pueblo desde la Justicia es que «no tienen ni idea, ninguno, de cómo hacer una ley como Dios manda».

El caso es que entre unos y otros, la casa sin barrer, la pandemia menos controlada de lo que debiera y los ciudadanos pensando que «haré lo que pueda pero que me dejen en paz, si puedo me escapo a la playa y ya veré allí si me pongo o me quito la mascarilla», lo que tampoco puede reprochárseles mucho, ya que no se ve que las instituciones den ejemplo y guía. Lo que capta el ciudadano es demasiada descoordinación entre el Gobierno y las autonomías, demasiado interés partidista dentro del Parlamento, demasiada distancia entre los gobiernos autonómicos y el Nacional con la Justicia,.. Algo que, ya digo, venía de lejos, pero que ha dado la cara vergonzosamente con la pandemia.

Recordemos que para la salud del Estado ya los ilustrados franceses propugnaron la separación de poderes. No el encabronamiento entre ellos.