Agosto: tiempo de vacaciones. Tiempo para un descanso que necesariamente será atípico, con múltiples restricciones, a causa de la pandemia que no cesa. Tiempo también de incertidumbres, con grandes incógnitas en el horizonte de nuestras vidas. Disfrutar de un tiempo para descansar y desconectar es necesario, tanto física como psicológicamente, para poder continuar con nuestra actividad diaria más adelante. A todos nos vendrá muy bien romper el ritmo cotidiano, también desde lo más profundo e íntimo. Dejemos espacios para las emociones positivas, para las nuevas experiencias y para el encuentro con los otros y con uno mismo. No se trata de cerrar los ojos a la realidad ni de vivir en la ingenuidad, pero sí de respirar profundamente, de oxigenar la mente y el corazón para tomar impulso y continuar adelante, con fortaleza e ilusión renovada. Busquemos en este tiempo la forma de hacer silencio interior, encontremos un hueco para la reflexión, que nos vendrá como anillo al dedo tras contemplar «paisajes y paisanajes». Y, sobre todo, a través de las lecturas. He devorado en pocas horas el último libro de Victoria Prego, Pequeña historia de la Transición, en el que habla de su obra y de su vida. Impresionante lo que nos decía la periodista madrileña en la entrevista que publicó nuestro periódico hace pocos días: «He tenido sustos gordos. Tuve un cáncer en 2009 y en 2013 me apareció otra manchita y me quitaron medio pulmón. Unos meses después sufrí un ictus. De todo he salido muy bien. Pero tengo una suerte: no me acuerdo del pasado. Siempre vivo de cara al futuro». ¡Qué gran consejo! Y qué hermosa lección de entereza. Victoria destaca en muchas páginas de su libro el aroma del diálogo y de la libertad durante la Transición política. Y me ha venido a la memoria la famosa entrevista que concedió el papa Francisco a dos periodistas de El País, el 20 de enero de 2017, en la que el Santo Padre formuló muy claramente un pensamiento, manifestado de una forma u otra en múltiples ocasiones durante su pontificado. Estas fueron sus palabras: «Diálogo. Es el consejo que doy a cualquier país. Por favor, diálogo». Y casi, a renglón seguido, aplicándolo a la política, repitió: «Hoy día, con el desarrollo humano que hay, no se puede concebir una política sin diálogo». Pero este criterio de acción no lo limita el Papa al terreno político. Lo vemos, por ejemplo, en cómo ha formulado la intención por la que nos invita a orar durante el presente mes, y que hemos resumido en pocas palabras: «En los conflictos, diálogo y amistad». Basta echar una ojeada al panorama político de nuestro país, para darnos cuenta el trabajo que le cuesta a muchos de nuestros políticos a sentarse a hablar, desembocando en «un pulso de egos». Algún analista político se ha atrevido a escribir que «la inteligencia ha desaparecido entre las chumberas del sudor político». Hoy comienza agosto y nos ofrece sus jornadas para un descanso atípico. Sería una pena que todo quedara igual y que, en sus jornadas de descanso, no descubriéramos claves para seguir buscando tiempos más felices y felicidades más verdaderas. Y no olvidemos los versos de Machado, quien nos ofrecía el mar como descanso ideal: «Para mi pobre cuerpo dolorido,/ para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido,/ para mi amarga vida fatigada.../ ¡el mar amado, el mar apetecido,/ el mar, el mar, y no pensar en nada». Tras el descanso que el mar nos proporciona, la tarea de siempre, las ilusiones nuevas, los retos que nos esperan, la lucha en nuestras batallas personales.