Son 12.480. Pero cualquiera los cuenta. Habitan en uno de los muros del Centro de Creación Contemporánea donde los ha agrupado (digámoslo asi) Tete Álvarez. Se puede calcular su número en una sencilla operación de filas por columnas. Pero hay que ponerse a ello. Así que mejor fiarse de las declaraciones de su autor o de la información que amablemente facilita la persona que vigila la sala. Y si usted lo desea puede llevarse a casa unos seis mil o así en un póster gratuito. ¿Qué son? Pues un primoroso conjunto de gatitos y gatitas que forman parte de la exposición Escenografías. Un discurso sobre cómo las imágenes pueden adquirir nuevos significados a través de su reciclado. Y aquí el encanto de los pequeños felinos esconde una reflexión sobre la dulcificación que se prodiga en muchos aspectos de la vida cotidiana tratando de captar nuestra simpatía. Es el poder de lo cuqui. Un concepto desarrollado por Simon May, profesor de Filosofía en el King’s College de Londres «como algo dulce e indefenso que genera sentimientos de protección pero que luego se distorsiona hacia el espectro de lo extraño… hasta convertirse en algo más oscuro y desasosegante». No en vano May es un experto en la filosofía de Nietzsche.

Un concepto que nos hace percibir lo adorable y seductor mezclado con la vulnerabilidad, la necesidad de escapar de las cosas que no nos gustan y un no sé qué de indeterminación inquietante. Algo que ya percibían los antiguos egipcios en los felinos (o la tradición popular al asociarlos a la magia y los sortilegios). De ese atractivo cuqui es paradigma la popular muñeca Kitty, diseñada sin boca, de tal manera que su ánimo viene a ser el que le quiera conferir quien interactúa con ella. Indeterminación en la que abunda el hecho de que pueda ser una gata con apariencia humana o una humana con apariencia de gata. Item más, tomando la adecuada distancia del mural (o fotografiándolo con el móvil), de forma que lo percibamos pixelado, puede intuirse cómo los mininos han sustituido al gentío en una plaza. Las chaquetas de Angela Merkel o los centros de flores usados en las reuniones de política internacional dan pie para otras reflexiones a las que invitan las siempre atractivas obras de Tete Álvarez.

Aunque también la visión de una pared cubierta de hojas de hiedra mecidas por el viento puede transformarse por obra y gracia de Soledad Sevilla en un muro de cristal lleno de cientos de mariposas que aletean girando sobre un mecanismo de relojería, al ritmo de un segundo, en una sugerente alegoría al tiempo que vuela. Mientras, los mensajes del colectivo feminista Guerrilla Girls les hacen la competencia poblando las paredes de otra sala, si bien las guerrilleras se cubren con máscaras de gorila a la hora de denunciar la discriminación de las mujeres en el arte. El C3A siempre es una atractiva visita para la mañana de cualquier fin de semana. Que se puede enriquecer aún más yendo de oca en oca. En este caso pasando de los gorilas ficticios de las neoyorquinas a los reales de Amparo Garrido en la Fundación Botí, desde donde nos miran profundamente a los ojos. O de soslayo, con cierta displicencia. Pero en los que no podemos evitar ver algo de nosotros mismos. En este caso la exposición Animalario, sensibilidades animalistas en el arte contemporáneo persigue otros objetivos: abogar por un replanteamiento de nuestras relaciones con los animales respetando sus vidas, su dignidad y sus entornos. Veintiún artistas llevan sus alegatos a dos plantas. Y apenas entramos a la primera nos topamos con una mano que emerge de la pared cogiendo por el cuello a un gallo desplumado. Una imagen del cordobés Eugenio Rivas que tiene reminiscencias clásicas. Todos conocemos la definición platónica del hombre como un «bípedo implume». Pero menos la anécdota según la cual Diógenes el Cínico tiró a los discípulos del filósofo un gallo desplumado diciéndoles «Ahí tenéis al hombre de Platón».

La muestra es un compendio de sugestivos mundos que van, desde las conchas de tortuga de Pepe Espaliú a toda una serie de personajes antropomorfos entre los que enseguida caen simpáticos los humanos con cabeza de ratón de Chema Lumbreras. Que parecen ilustraciones de cuentos pero que encierran metáforas de la realidad en complicidad con el espectador. Juan del Junco recurre también al mural de imágenes de aves (entre las que camufla un avión) y en esta ocasión es Cecilia Paredes la que se mimetiza entre mariposas. Pero hay mucho más. Desde las ácidas viñetas de El Roto al mundo canino de William Wegman.

Valgan lo cuqui y el gallo de Diógenes como anécdotas para estimular la visita reflexiva a cuatro excelentes exposiciones que reivindican nuestra atención hacia el arte contemporáneo. Mientras tanto dudo si comprarme un pequeño gato o fabricar con el póster de su mural un puzzle de tres o cuatro mil piezas y regalárselo a alguien. Temo que me atrae el lado oscuro de lo cuqui.