Si vacunarse contra los virus es importante para la salud física, no lo es menos vacunar «el alma» contra la discriminación y el rechazo. La ideología desmarcada de la igualdad y la justicia social considera a la persona pobre o excluida responsable de su situación, no merecedora de tener un protagonismo activo en su dignificación, por lo que está sujeta a la benevolencia, a la beneficencia y a la caridad, en el mejor de los casos, o al desprecio y el rechazo en la peor consideración.

La sociedad, a lo largo de la historia, ha estado fragmentada por los que viven y los que malviven, por los que nadan en la abundancia y los que rezuman miseria por los cuatro costados. Tanto es así que hoy cualquier ser humano que viene al mundo queda al arbitrio de un azar determinado por tres dígitos. El primero responde al lugar en el que nace. No es lo mismo nacer en Nigeria que en Canadá, o nacer en Francia que en Afganistán. Tampoco es lo mismo nacer en un barrio empobrecido que en uno de clase acomodada. No hace falta poner muchos ejemplos para evidenciar la realidad. ¿Cuántos Premios Nobel se han concedido a los países del hemisferio sur con respecto a los del norte? ¿Acaso el niño y sus progenitores son los artífices del lugar en el que han nacido? El segundo dígito corresponde a la familia. Un bebé que no recibe la alimentación adecuada para su desarrollo natural será más proclive a las enfermedades y a reducir la esperanza de vida del que tiene los recursos necesarios para su crianza. Además, es fundamental ser amamantado con la leche de «la humana ternura», a decir de Shakespeare, amor y protección, y recibir una educación formativa y en valores. Estas tres coordenadas, buena alimentación, cariño y actitudes, cimentarán las bases del futuro adulto. ¿Será la familia la responsable de no disponer de los nutrientes necesarios, de las vacunas y medicinas que les eviten o curen enfermedades, del acceso a las escuelas que los formen? El último número de este azar es la genética, constitutiva del nuevo ser. Una genética que marcará el temperamento, las destrezas o habilidades. Esta tercera combinación estará muy determinada por las dos anteriores. Es muy improbable que una persona pueda llegar a ser un apreciado cirujano o un aventajado literato, por muy buena capacidad intelectual que posea, si no ha tenido a su alcance los medios sociales y académicos. Si la persona ha crecido en un ambiente hostil o de baja valoración no es de extrañar su predisposición a la baja autoestima, dificultando sus relaciones personales y sociales.

¿Por qué entonces se responsabiliza al empobrecido de su situación e incluso se le rechaza? Este rechazo es al que se le denomina aporofobia, aversión al pobre. Incluso puede avergonzar el pobre a su propia familia, e incluso así mismo, lo que explica que a veces se identifique y apueste por el que lo somete y margina. Adela Cortina describe en su libro ‘Aporofobia, el rechazo al pobre’ (2017) todas las actitudes de repudio al otro, ya sea por orientación sexual, género, pobreza, etnia, que se basan en la convicción de que existe una relación de asimetría. Creerse superior y despreciar al que está por debajo. Precisamente, este discurso xenófobo lo utilizan los partidos de extrema derecha, sobre todo en épocas de crisis, contra los que tienen menos posibilidad de defenderse, contra las personas más débiles, estigmatizando a estos colectivos y convirtiéndolos en el punto de mira del odio, originando la desigualdad estructural entre «el nosotros» y «el ellos». No se aportan argumentos sino coartadas para justificar el desprecio o la incitación a la violencia contra las personas que padecen una desigualdad estructural, dañando a las personas que denigran, atentando contra los principios más básicos de la democracia y los derechos humanos. El juego del discurso del odio consiste en utilizar el artículo indeterminado que parece justificar cualquier atropello contra las personas concretas, privándolas de autoestima. Consiste en diluir a la persona en el colectivo (los migrantes, los gitanos, los negros, etc.), situándolos en el punto de mira (rumoreando, acusando, señalando, etc.), e incluso, incitando a la violencia (quemar chabolas, atentar contra centros de menores, etc.).

Evidentemente, aporofobia, xenofobia, racismo, misoginia y homofobia estarían excluidos de una sociedad capaz de distribuir los bienes con justicia y apostando por lo público. Una sociedad plural e inclusiva, intercultural y respetuosa con la libertad de pensamiento, conciencia y profesión religiosa. Una sociedad que desarrolle una empatía global, evitando la discriminación y la exclusión.

*Profesor y escritor