Pienso en Felipe Reyes y veo a ese muchacho que se ha hecho un hombre dentro de la zona. Su retirada marca una muesca importante en el fin de una época. Queda un Pau Gasol crepuscular que este año ha regresado con esfuerzo imbatible y determinación de su odisea interior, dos años después, para ganar la liga. Habría sido hermoso verlos una vez más bajo los aros, tan rivales dentro como amigos fuera y casi hermanos en la selección. Cuando se jubilan los héroes nos hacemos mayores y algo de eso empieza a pasar ya. Fueron cayendo los más veteranos de los tiempos dorados, como Carlos Jiménez y Jorge Garbajosa, o antes Lucio Angulo. Todo eso entraba en lo normal, lo predecible: el tiempo pasa. Pero cuando Juan Carlos Navarro, el tipo que deslumbró en la NBA encadenando triples debutantes para después volver, decidió colgar las botas, entendimos que el tiempo comenzaba a correr demasiado deprisa y nosotros entrábamos en el juego.

Además de las generaciones posteriores que han venido después con nueva fuerza -pienso en Ricky Rubio, los hermanos Hernangómez y otros-, de aquellos sueños púrpura quedan los Gasol, queda Rudy Fernández, queda Carlos Cabezas en Uruguay; pero ya no queda Felipe Reyes, el orgullo cordobés en la selección de oro. Cuánto hemos disfrutado viéndolo jugar. Cuánto hemos creído en las posibilidades que nos ofrece la vida para sacar la cabeza de las aguas, coger de nuevo impulso y respirar para saltar más alto, para llegar más lejos. Cada uno tiene su nombre: esto es como el álbum de los superhéroes, que cada cual esgrime sus viejas preferencias. Como elegir entre Epi y Villacampa, Corbalán o Solozábal. Pero nadie discute a Superman y Batman. Nadie discute a Spiderman y el Capitán América. Nadie puede negar al Capitán Trueno, con Crispín y Goliat, porque la vida es esto. Y en la selección española que nos ha hecho vibrar, en ese baloncesto que hemos vuelto a vivir como cuando jugábamos nosotros, durante veinte años de juventud alargada con tesón y un talento puro y natural de generación del 27, pero también con amistad en la cancha y un buen rollo telúrico, nadie niega a Pau, nadie niega a Felipe. Ahí se han mantenido y se mantienen, en su presente áureo que sólo a partir de hoy comienza a ser también elegía y leyenda. Porque solamente el tiempo ha podido con Felipe Reyes.

A los hermanos deportistas que destacan siempre se los compara como a Alberti y García Lorca. Uno es el mar, otro es el duende. Claro que pueden explicarse cada uno por sí mismo, pero en ese reflejo entre los dos hay un caleidoscopio de matices que enriquece la observación. Cuando llegó Felipe al Estudiantes, la sombra de Alfonso Reyes era muy alargada. Duro, rocoso. Ya se ha escrito todo de este hombre. Tras Fernando Martín, muchos chavales de entonces que jugábamos de pívot soñábamos con ser Alfonso Reyes. No mide ni dos metros, nos decíamos. Pero hay que echar ahí lo que él le echa. Con ese corazón, todo es posible. Luego llega Felipe, con otro virtuosismo técnico del juego y un gran tiro exterior. Felipe es la versión 2.0 de Alfonso, pero el coraje está ahí. Esa misma fuerza lo ha hecho llegar hasta ahora mismo, y sin el parón de la pandemia tras su positivo por Covid, en otras circunstancias, claro que Felipe podría haber seguido.

Por cierto: que nadie piense que eludo hablar de los indultos. Me parecen, como a tantos, una chamarilería que sólo sirven al bien personal del presidente, con unas gentes que no sólo no se arrepienten, sin que anuncian que repetirán. Y tratar de argumentar que machacando el estado de Derecho se protege la democracia es no entender ni el derecho ni la democracia, o mucho peor: que no te importe romperlos, para buscar tu único interés. Pero indignidades tenemos a diario y no todos los días se retira un titán del baloncesto que además es de Córdoba. He visto las fotografías de su despedida con la familia Reyes unida y he pensado en silencio: la vida es esto. Llegar a ese momento y que te arropen así, además del cariño y el respeto de los rivales y también de los jóvenes que llegan. Pero la vida es esto: cruzarla desde esos piques con tu hermano mayor, jugando sin descanso en la piel del verano hasta el anochecer, cuando sólo la oscuridad os hacía volver a casa.

Espera la memoria y también el milagro que después se abre paso en otros lances. Honor y gloria a Felipe, a Alfonso, al baloncesto, a la poesía. Gracias por ganar la posición, por hacernos sentir que también estábamos ahí, sin bajarle los brazos a la vida.

*Escritor