El gusto y el apetito son dos fenómenos curiosos. Se nos antojan naturales, inevitables, una íntima expresión de quienes somos. El gusto, esa inclinación pendenciera que nos empuja en distintas direcciones, y el apetito, ese hambre por consumir, devorar y hacer nuestro todo aquello que entre por la puerta del gusto. Pero por muy gratuitas que nos parezcan, alimentamos gusto y apetito constantemente, sin darnos cuenta, y aprendemos a disfrutar de unas cosas más que otras.

Tanto en el arte como en el entretenimiento, consumimos más lo que tiene sentido para nosotros —lo que nos hace sentir parte de un mundo que comprendemos y reconocemos como nuestro— que aquello que desafía nuestras ideas o cae fuera del territorio de nuestro gusto, entrenado y desarrollado con el tiempo. Todos caemos en la tentación, y leemos los mismos libros y vemos las mismas series y películas muchas, demasiadas veces. Porque no hay ficción más escapista que la que nos sabemos de memoria. Nos atrae la repetición, y nos embarga la nostalgia. ¿Cómo no elegir esa historia que nos distrae mientras nos envuelve con promesas cumplidas, proporcionándonos la receta de un placer controlado, cortado a la medida exacta del antojo? Nos dejamos arrastrar por la satisfacción de las expectativas cumplidas, que más vale malo conocido que bueno por conocer. Y la ecuación funciona aún mejor cuando lo conocido es potencialmente mejor que lo que aún nos queda por conocer… o al menos eso nos repetimos a nosotros mismos cuando decidimos ver, por enésima vez, series que nos sabemos al dedillo como por ejemplo Friends.

Estamos al borde del precipicio de aquel detalle del destino que los fans acérrimos de Friends temían no llegar a paladear jamás: vuelve Friends. Vuelven los treintañeros imposibles, con sus pisazos y su ingenio soñado. Vuelven para satisfacer la nostalgia, para apaciguar el apetito, para validar el gusto. Vuelven, le pese a quien le pese, para abrazar a una generación que está harta de todo, y casi tan aburrida del mundo como el mundo lo está de ellos. Palomitas y paciencia para todos.

**Periodista