Siempre que pensamos en la banca, imaginamos grandes negocios donde personas bien vestidas se reúnen en lujosas salas y luego se marchan en sus carracos abriendo la cochera de sus chalés después de conseguir fusiones millonarias. Yo mismo he sentido envidia de esos abogados mercantilistas que saben la tira de cuentas mientras los penalistas nos movemos la mayoría de las veces en las consecuencias delictivas de la podredumbre. Y por este tipo de clientes, sé lo del día 25, porque ellos siempre te dicen: el día 25 te pago. Nunca pensé que ese día 25 que yo asociaba a la parte social más débil estuviera tan íntimamente relacionado al mundo bancario y fastuoso. Nunca pensé que en las grandes operaciones bancarias lo que más se repite son los movimientos físicos de ciudadanos apretados y que tienen lugar el día diez de cada mes. Porque el día 25 es importantísimo. Y es que iba yo el otro día por mi barrio y me veo una cola de gente que en la cara se veía necesitada e impaciente. Parecían las antiguas colas de los años cuarenta donde las cartillas de racionamiento del Estado repartían los alimentos mínimos para que el pueblo no muriera de inanición. La cosa es que esas colas no estaban en la sede de una ONG. No, estaban a las puertas de las sucursales bancarias donde personas mayores estaban pendientes del cobro de su paguita. Parecía increíble que se mezclaran mundos tan dispares. Y entonces caí en la cuenta de que la entidad bancaria no estaba ahí por humanidad. Ni tan siquiera por reservar una parte de sus cuantiosas ganancias a fines de ética social. No, para nada, sino que simplemente los abonos en concepto de pensión derivada de la jubilación, antes de ser entregadas a su legítimo propietario pasan por entidades bancarias con el consiguiente beneficio para ellas. Entonces, frente a la imagen contraria que se vende en el sentido que el banco presta gratis un servicio a la ancianidad, el domiciliar el esfuerzo de toda una vida en una entidad bancaria es un favor que le hace el ciudadano al banco y los muy pobres a los muy ricos. Bueno, muy bien, no pasa nada. Pero coño, nada más que por elegancia torera, esas incómodas y desesperantes colas tienen que terminar. De bien nacido es ser agradecido. Por tanto y en base a ese favor, la entidad bancaria debe destinar partidas a mejorar el servicio del día 25 ampliando personal de ventanilla. Pero es que encima ocurre lo contrario y no solo sigue habiendo una sola ventanilla, sino que se cierra a las once de la mañana. Esto se arregla con una huelga de pensionistas a las puertas de los bancos. Porque el haber estado toda la vida trabajando y destinando una parte de tu trabajo al estado social, bien merece un grito de indignación que cambie un poco la cosa.

* Abogado