Hay que ver lo bien que le sienta a Córdoba el traje de la primavera, y especialmente el mes de mayo. La ciudad se engalana de flores y macetas, en cualquier lugar, ya sea céntrico o periférico, está en nuestro adn cultural. Especialmente este año con la onomástica de los 100 años del Concurso de Patios, santo y seña de una ciudad que se deleita en aromas y colores de patios ancestrales, que ya partieron de la cultura romana primero y árabe después, y de los que hemos disfrutado sin solución de continuidad como algo nuestro, como esos pequeños jardines vivos del alma, cuidados con el mimo de muchas generaciones que se ganaron a pulso la distinción de patrimonio inmaterial de la Humanidad. Flores delicadas y fugaces que son la sonrisa de la tierra, los Romeos y Julietas de la naturaleza, que se desparraman por paredes encaladas, que bullen exuberantes por balcones y rejas, que son ejemplo de convivencia, de cercanía, de vecindad y armonía, que ofrecen el contrapunto de lo cuidado, frente un mundo desquiciado por la utilidad, los ruidos y las cifras como el nuestro, que ponen color y alegría a esos días grises de la vida.

Córdoba resucita cada año por estas fechas. A pesar de mil sinsabores que nos acompañan, la ciudad se viste y contagia de ilusión. De un lado, está todo ese abanico de magníficas actividades organizadas bajo la concejalía del ramo con exposiciones como la de las Tendillas, publicaciones preciosas como la de Paco Solano Márquez, las visitas virtuales, las cabinas de experiencias multisensoriales inmersivas para disfrutar desde doce espacios emblemáticos de la ciudad de los patios a través de los sentidos, y toda la ambientación musical y conciertos previstos. Y de otro, se suma la iniciativa particular y de la sociedad civil, desde quien cuida con talento y exhibe con cariño su patio, a los comerciantes del centro que han engalanado sus calles dándoles un ambiente lúdico y festivo. Ahí está el Pasaje José Aumente Baena, transformado magistralmente por el equipo de Hair Story capitaneado por Eduardo y Miguel, donde no falta cartel ni detalle, ni tan siquiera la mismísima fuente del Potro que por unos días ha multiplicado su embrujo. Las calles Pastores, Góngora o Barqueros son ejemplos del buen ánimo y la apuesta decidida por el comercio local y de cercanía, de compromiso con sus tradiciones y por agradar a una ciudad tan castigada en muchos aspectos.

No resulta extraño que, teniendo en cuenta el coste de la vida, la seguridad, la movilidad, la calidad del medio ambiente, la oferta cultural y de ocio o la educación, nuestra ciudad haya sido elegida en una reciente encuesta nacional de la Organización de Consumidores y Usuarios entre las mejores ciudades de España para vivir. Lo sabemos bien, aunque no siempre lo valoremos en su justa medida. En Córdoba hay una calidad de vida envidiable, con esa serranía a un paso preñada de amapolas y margaritas, aunque le sobren unos grados en verano y le falte mucho empleo en invierno. Y eso que la encuesta se hizo antes del mayo cordobés, un adjetivo unido para siempre a un mes donde todas las remontadas son posibles, donde todas las ilusiones recobran fuerza, donde la vida se abre paso a nuestro lado, porque cuando florecen las flores siempre hay esperanza.

* Abogado y mediador