La frase del poeta Pablo García Baena -«los patios son el alma de Córdoba»-- nos introduce en el mes de mayo, cuando la ciudad se convierte en un «templo de flores», con motivo de la fiesta de los patios, ensalzada espléndidamente el pasado 29 de abril por Juan José Primo Jurado, director del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, en su ponencia inaugural de la jornada dedicada a conmemorar el primer centenario de dicha fiesta, organizada por el Ayuntamiento de Córdoba y celebrada en el Centro de Recepción de Visitantes. Antonio Gala, hace muchos años, en unas palabras urgentes dictadas por su secretario para un suelto sobre los patios cordobeses, en el Diario CÓRDOBA, los definió como «ágora intimista para el encuentro y la amable charla». Primo Jurado describía el patio cordobés como «un lugar que subsiste a través del tiempo, uniendo la tradición romana, musulmana y cristiana de esta ciudad. Son variopintos en formas y funciones. Millares de ellos y ninguno se parece a otro. Pueden pertenecer a edificios oficiales y mostrarnos la soberbia riqueza de columnas y solerías de mármol, como el patio barroco de la Merced o el patio del Real Círculo de la Amistad; pueden encontrarse en casas populares o de vecinos de los barrios del casco histórico, donde más que cultivo lo que reciben es culto y dedicación, y algunos menos conocidos, escondidos en el interior de conventos de clausura». Ciertamente, los patios son el alma de Córdoba, como señalaba el poeta, y en su entraña más viva, todos hablan de «lugar de encuentro», de «convivencia amable», de «paz y de sosiego». Pero el mayo cordobés tiene también un aire reivindicativo, y una brisa mariana. El día uno nos llegaba el Manifiesto de la Iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente, promovido por entidades de inspiración católica, destacando que la crisis provocada por la pandemia «ha puesto de relieve la necesidad de un cambio de sistema productivo, basado en trabajos que aporten valor, sujetos de unas condiciones laborales dignas, y donde las personas estén en el centro». Recordaba también que «las medidas de protección social diseñadas para paliar los efectos de la crisis no han llegado a las personas que más lo necesitan, como tampoco ha sucedido con el subsidio temporal previsto para las trabajadoras del hogar o el ingreso mínimo vital». El manifiesto denunciaba, asimismo, que «la pobreza de dispara entre la población migrante en situación administrativa irregular, donde el desempleo y la economía informal son mayoritarios, sin posibilidad de acceso al sistema de protección». Junto al aire reivindicativo en el mundo laboral, la brisa mariana del mes de mayo, un mes de romerías suspendidas, pero manteniendo la visitas a los santuarios, el amor y la devoción a María. Su silueta maternal se alza luminosa en esta hora, como icono de la fe obediente, mujer humilde, Virgen a la escucha, en plena sintonía con la voluntad divina. En palabras del papa Francisco, «María no dirigió su vida autónomamente sino que dejó que la voz del Señor orientara su corazón y sus pasos». Si alguien nos preguntara qué es lo que más necesita el mundo de hoy, quizás no dudaríamos en contestar que «el mundo de hoy necesita un corazón de madre, unas manos de madre». María es esa Madre, ese corazón y esas manos, ese regazo y ese abrazo que se nos ofrecen a todos como «refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos y auxilio de los cristianos». Mayo, en Córdoba, nos ofrece tantas flores, tantos aromas, tantas brisas.