Mayo en la escuela era el mes de las flores a María que madre nuestra es y en nuestras casas el altarcito en la cocina con crucifijos, estampas y flores, el pensamiento de aquellos muchachos de pecados veniales inventados que tenían que confesarse todas las semanas porque el ser humano de tercera clase tenía la culpa (?) de todo. Menos mal que la doctrina a los chiquillos les entraba por un oído de salida inmediata y lo que les gustaba de mayo era que el curso se iba a acabar pronto, que el verano empezaba a notarse y que la vida comenzaba a estar por donde brotaba trigo, la cebada y las sandías, por el campo y las huertas con albercas. En mayo todavía no había ferias pero sí romerías y las mulas y los burros se convertían en esos animales nacidos para el porte del trabajo que los chiquillos convertíamos en festivo --antes de que el coche empezara a rodar por los caminos--, y en los pueblos el trabajo se parecía todavía al de la Edad Media: carros, mulas, yugos, eras y burros.

Era cuando cantábamos que el 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iría y ya de mayor, cuando fui a Fátima, me lavé los pies en una de sus fuentes para provocar el milagro. Era el mes en que en la Córdoba de los colegios empezaba a circular el gazpacho en los almuerzos, el sol calentaba mucho más y la siesta acudía a cerrar nuestros ojos. Y mayo es, sobre todo, el tiempo de Añora, que de sus cruces ha hecho un turismo que se mete en las casas, adornadas con el esmero de cuando no había prisas y la creencia religiosa era un imperativo, una exigencia inexcusable. Mayo, mayo, mayo, bienvenido seas, se canta por el norte de Córdoba, por Los Pedroches y el sur de Ciudad Real, por esos caminos y esas veredas. «A tu puerta planté un guindo, a tu ventana un cerezo; por cada guinda, un abrazo, por cada cereza un beso. Mayo, mayo, mayo bienvenido seas para las casadas, viudas y solteras». Y es que este mes tiene alma propia, como la luz de sus días, que casi te alumbran de noche. O el aliento, que para algo este mes comienza celebrando en su primera fecha el Día Internacional de los Trabajadores o Primero de Mayo a raíz de que ese mismo día en 1886 dio comienzo en Chicago una huelga general de trabajadores para demandar una jornada laboral de ocho horas. Y es que a veces los amos se portan como los dueños del mundo cuyos habitantes tienen que estar todo el día arrodillados a su servicio.

En Córdoba el mes de mayo es como su razón de ser, sobre todo la festiva, el protagonista de casi todas las agendas que empiezan con las romerías, siguen con las cruces, y luego los patios, para terminar con la Feria, sus espectáculos taurinos y en otros tiempos el Concurso Nacional de Arte Flamenco, que se cambió de fecha. Pero el vivir en un estado de pandemia y ajustar la vida a la incertidumbre coronavírica que nos ataca, ha sido nuestra forma de comportarnos desde hace más de un año, cuando hemos borrado a la fuerza de todas nuestras agendas la fiesta. Las vacunas, parece, nos están animando a que demos un salto y aterricemos en la ilusionante novedad que nos ofrece la anunciada apertura de la movilidad. Por eso quizá el final de abril ha limpiado los cielos para que la cegadora luz de mayo entre por ventanas y balcones y estrenemos salidas controladas a la calle para comprobar que la vida sigue. Y que los bares necesitan que despertemos la alegría que tienen encerrada, lo mismo que La Judería, ese barrio de nuestra vida aturdido por la soledad del covid-19, donde viven los dioses que ahora parece como si no tuvieran cielo. Mayo ha venido para despedir a la tristeza, volver a calzarnos la elegancia y colocar en las maletas un ligero equipaje camino del mar y de los pueblos, que cada uno tiene su milagro, desde Cañete a Zuheros, desde Rute a Fuente la Lancha y desde Priego a Villaralto, por ejemplo, donde las carrozas de la Romería de la Divina Pastora se han convertido en un empeño histórico de arte popular. Este mes de mayo es el momento señalado para rebuscar nuestros fantasmas particulares en aquellas tardes de patios donde la vida empezaba a manifestarse, y también caminar hacia los pueblos para comprobar que guardan vida con belleza y salud, como se está comprobando en la pandemia.

Mayo, mayo, mayo, bienvenido seas, por esos caminos, por esas carreteras, por esas calles y por esas veredas.