Aparecen noticias sobre la llamada fatiga de confinamiento. Sería como la fatiga de los metales, que por acumulación silenciosa de esfuerzo hace que rompan de modo inopinado. Con toda modestia (la patosociología tampoco es lo mío), creo que el asunto se parece más al síndrome prevacacional. Es sabido que en las semanas antes de las vacaciones de verano mucha gente se siente agotada, y pide la llegada del descanso como pide el fin del partido el que va ganando por la mínima. La esperanza de satisfacción crea la necesidad, igual que pasa con el consumo. Como ahora faltan solo semanas (como mucho meses) para la extensión masiva de la vacuna, que hará marginal la pandemia, hay gente que cree no aguantar más. La buena noticia es que ya esta ahí el síndrome anunciando el final. La mala, que nos puede llevar a confiarnos y caer en los últimos combates, uno de los cuales puede empezar ahora.