El cine de nuestra infancia... Una de vaqueros. Revisito, ahora que puedo disfrutarla en inglés, una película de Anthony Mann de 1960, con Glenn Ford y María Schell: Cimarrón. Esas joyas del cine de masas de nuestra época, en el que no había descuartizamientos, ni violencia salvaje para defender el uso de las armas, ni pasote de drogas, ni asesinos en serie, ni escenas apocalípticas de terror...

Disfruto con la antológica escena en que los colonos se lanzan en sus carretas, corriendo desbocados en pos de un pedazo de tierra, de un lugar al sol. La lucha despiadada por el beneficio que define al sueño americano, la América de las oportunidades.

Pero detrás de ese retrato de la competitividad sin freno, en ese film se canta al contrapeso de los protagonistas: su búsqueda del ideal de honestidad, su defensa de las etnias y las minorías desfavorecidas, de la amistad, de la visión abierta del sexo, de la tolerancia social, de la libertad de expresión, del altruismo, de la infatigable búsqueda de sí mismo, del apoyo a la juventud rebelde y problemática, de la lucha contra los intransigentes y radicales, y contra los corruptos, de la fidelidad en el amor, de la familia, de la coherencia ideológica sin venderse a la corrupción del dinero…

En 1960 se atisbaba ya la América de los años 70 que nos enamoró, con sus movimientos juveniles y su música. Recordemos que en esos años 70 en el mundo occidental no había inseguridad laboral, ni deslocalización de empresas, ni ERES, ni el salvajismo ávido de dinero... porque hasta el poco dinero que teníamos servía para algo.

Defiendo el capitalismo y defiendo la sociedad de consumo, que alcanzaron su cumbre en los años 70 y 80 del siglo XX. Pero creo que hoy el capitalismo se ha hecho más codicioso y avaricioso, y eso puede provocar su caída. Y sin embargo dicha sociedad de consumo, cuando se desarrolla de modo sostenible desde el punto de vista ecológico y social, tiene su alto nivel de felicidad para el pueblo.

Recordemos que en aquella época solo había una guerra --tiempos aquellos...--: y la juventud fue capaz de acabar con ella con el solo uso de sus guitarras y su música...

¿Queda mucho de aquello? Ahora parece que lo que prima es tan solo la escena terrible y salvaje de las carretas, la despiadada lucha por el beneficio económico, el imperio de los mercados... Y nadie defiende al Estado, que protege a los ciudadanos: todo es libre mercado.

¿Queda algo del anterior idealismo?

Porque esa carencia de ideal parece que se ha exportado desde América a todo el mundo. Los jóvenes irresponsables que estamos viendo ahora, en su conducta insolidaria durante la crisis del coronavirus, con su hedonismo simplista, son una faceta de todo ello.

¡Cuánto ha cambiado el cine! ¡Cuánto ha cambiado el mundo! Ya no sería posible una película así. Las de hoy, cuando nos ofrecen apariencia de ideales, lo hacen desde una colección de tópicos políticamente correctos...

Quizás el ideal ha muerto. ¿Ha muerto, o se ha desplazado?

Aún hay esperanza en el ecologismo juvenil que pone freno a las grandes empresas, tal vez con un pensamiento intuitivo que no tiene cohesión ideológica. Y no la tiene porque hoy no hay pensamiento... Hoy no hay filósofos. Inconvenientes del pragmatismo. La Filosofía de la Ciencia hizo el harakiri a la filosofía, aunque nos legó una ciencia admirable, que posee su punto de solidaridad humana: lo estamos comprobando en la sanidad en estos días del virus. En la vida cotidiana hay muchas admirables actitudes solidarias, pero muchas veces quedan reducidas a un elemento al margen de las grandes ideologías, las que nos ofrece el cine, como medio de educación de masas.

Y me pregunto si no hemos ahogado un mundo. Y creo que si no lo recobramos, desde nuestra actual posición de mucha mayor información y tecnología, puede desaparecer nuestro mejor concepto de la civilización occidental. Ahora, sin ideales.

* Catedrático de universidad y escritor