Hay quien usa las banderas como tapetes para vender sus cachivaches. No les culpo. La cultura es un mercadillo donde se oferta a grito pelado. La política es un hueso compartido por demasiadas fauces. Soy un andaluz poco beligerante. Un derrotado, dirán algunos. O un lacayo. No envejecen bien los adjetivos, pero tienen un presente furioso. Solo me doy golpes en el pecho cuando, jugando con Fidel, imitamos a los animales. «¿Cómo hace el gorila?», me pregunta. Y hago el teatrillo en cuclillas. Yo querría tener todas las verdades y, aún más que las verdades, el entusiasmo por compartirlas.

Andalucía es mi tierra y juro que digo Andalucía y se me pone la carne de gallina. Tengo un amigo de Murcia al que le pasa lo mismo cuando habla de lo suyo. Algo hay en la tierra, no puedo negarlo. Pero cuando empezamos a ponerle carteles al corazón, lo que queremos es alquilarlo. Y por ahí ya no paso. Yo he mamado sin llorar y he llorado sin que nadie me acerque una teta a la boca. He sufrido y he tragado. Uso las palabras que escuché en casa. He viajado y he regresado con las maletas llenas de regalos baratos. Soy testimonio del amor de mis abuelos, de los abuelos de mis abuelos, miro hacia el pasado como miro la noche estrellada: confundido y abrumado por un espacio inmenso. Soles sin nombre, historias perdidas. La memoria es caduca, se descompone como los cuerpos, se reinventa como los cuentos, se espachurra entre los días.

En Machado y en Whitman encontré consuelo. Parque Figueroa es una patria donde caben naciones más pequeñas. Mi barrio no tiene bandera, pero certezas invisibles ondean en sus ventanas. Soy, desde la cuna, desconfiado. El que más ruido hace es al que más le temo. Qué fina la linde entre el recelo y la mansedumbre. Lo asumo. Ya no tengo edad para zarandajas. En la Andalucía en la que vivo y creo, 396.607 personas votaron a Vox, 69.905 votaron a Pacma y fueron 2.842.114 los andaluces que, ante la oportunidad de decidir, decidieron quedarse en casa. Cuando me envuelvo en la bandera, ¿tendré que envolverme con todos ellos dentro? ¿O hay calidades? ¿Y quién fija ese criterio? ¿Por quién debo sentir orgullo? ¿Poetas, albañiles, bancarios, tronistas? ¿Los niños Pelayo o los niños Brayan? ¿Qué aporto yo a esta tierra? Yo que leo, y siento, y lucho, aunque sea con blandura, por mi acento y mi familia y las ciudades donde viví, sentí, presumí y tributé. Donde amé. Donde pisé con obstinada ternura, con devoción y permanencia. Del Figueroa a Miralbaida, de allí a Fernán-Núñez, a la Cruz del Humilladero y a Nervión. Yo que he besado a más alemanas que almerienses. Que tuve dos novias de Albacete y ninguna del Campo de la Verdad.

Hace tiempo que abandoné las causas elevadas, que mi trinchera está cavada en lo pequeño. Han sido tantas las burras que he comprado, que cuando llaman a mi puerta, ya ni abro. Mañana es el Día de Andalucía. Hoy, como cada mañana, he desayunado pan con aceite. Grité «cipote» cuando me quemé con el café. «Ven acá pacá», le dije a Mauro, antes de estrujarlo entre mis brazos. De blanco y verde viste el club que llevo en el corazón. Hasta me he puesto Canal Sur un rato. No me gusta que se rían de lo que soy o de lo que digo, y me guardo de cuestionar lo que dicen, y cómo lo dicen, los demás. Hay en mi lengua una arquitectura de palabras viejas, llevo en los ojos los paisajes que mi padre observó con los brazos en jarra. Algún día, serán mis hijos los que se abracen a esta tierra. Los que sufran dentro de estas fronteras de niebla. Los que pidan para sí lo que otros me negaron.

Somos la sombra de otros cuerpos, proyectadas sobre el asfalto o la era. El orgullo es hueco. Hay quien ha convertido la bandera en un pasquín. Hay quien quiere ocupar un espacio político agarrándose a la anatomía heterogénea de lo que somos. Hay quien desprecia nuestros símbolos, hay quien los utiliza para vender cerveza. Hay andaluces a los que adoro, hay andaluces a los que detesto. Qué maravilla es la existencia, tan llena de grises, con tantos versos mal resueltos. Hay quien roba y quien regala. Hay quien tras leer mis palabras me querrá sacar del error. Hay quien sabe más allá de lo que dice, y hay quien dice más allá de lo que siente. Suerte a todos con lo suyo, que yo seguiré, por qué no, con lo nuestro.

* Escritor