Algunos hablan ya de que la primera guerra global de este siglo es la que se está generado con la geopolítica de las vacunas. En plena tercera ola de la pandemia, cuando hace apenas unas semanas que se ha iniciado el proceso de vacunación en muchos países, una nueva incertidumbre se cierne sobre nuestras cabezas. La vacuna nos ha despertado a una nueva realidad de la política internacional. Se ha convertido en un factor geopolítico de primer nivel dejando de ser exclusivamente una cuestión científica o de salud pública. La redefinición del nuevo orden mundial nos ha sorprendido una vez más. No es la globalización, no es el poder nuclear, no es el control marítimo, no son las materias primas, no es el agua, no son las religiones. Ciertamente que todos estos factores siguen presentes, pero de repente es la vacuna contra la covid-19 el elemento que está ya jugando un papel protagonista en las estrategias de la política internacional.

La vacuna se ha convertido en un símbolo de poder, es un nuevo elemento de dominio global, de afirmación de la potencialidad de un país frente a otros. No en vano Estados Unidos, China, Rusia y Reino Unido han protagonizado la carrera por conseguir ser los primeros en tener el remedio más eficaz contra esta plaga. Además de ser un elemento de prestigio internacional, es una forma de afirmar la ciencia como elemento diferenciador en un mundo nuevo. Hace unos días mi amigo Diego Martínez Torrón escribía en este mismo periódico sobre la importancia de hacer «marca España» invirtiendo en I+D. Ojalá que no fuese una nueva prédica en el desierto, pero lo será.

Otra vez los organismos multilaterales, la ONU y la OMS, están siendo orillados y sobrepasados en su papel de instrumentos de gobernanza global. Por su parte China y Rusia han controlado a las empresas de fabricación de sus respectivas vacunas ordenando la prioridad nacional de las mismas. En Estados Unidos, Trump acusó a Pfizer de retener el anuncio de la vacuna hasta después de sus elecciones, aunque luego estableció la preferencia propia en base a la regulación prevista para situaciones de emergencia nacional. La Unión Europea con contratos firmados con Pfizer, AstraZeneca y Moderna, ha visto como las dos primeras, ya en distribución, han ralentizado cuando no paralizado el suministro de las vacunas a pesar de lo acordado previamente. Las empresas farmacéuticas multinacionales están marcando e imponiendo pues la agenda de fabricación, distribución y gestión de la vacuna. «Estúpido, es el mercado», que dirían los neoliberales que ahora callan, o todo lo más -una nueva contradicción- exigen una mayor regulación y control a los estados sobre las vacunas.

Parece haberse olvidado en pocos días la cooperación científica entre laboratorios, fundaciones y universidades que estuvo presente durante estos diez meses y que fue clave para lograr en tiempo récord el objetivo perseguido. Son las empresas farmacéuticas y logísticas las que ahora están protagonizando la gestión de la vacuna en función de sus intereses comerciales, demostrando un nuevo papel mucho más poderoso del que hasta ahora ya habíamos podido apreciar. Sin embargo, creo que también algunos estados se están beneficiando geoestratégicamente de este nuevo tablero mundial. La jugada de AstraZeneca-Oxford, que no parece presentar problemas de distribución en Reino Unido, ha proporcionado a Boris Johnson un balón de oxigeno ante el choque con la cruda realidad que ha supuesto el Brexit. Ahora puede intentar demostrar ante los suyos que la Gran Bretaña funciona mejor sin la Unión Europea, pues allí su ritmo de vacunación es muy superior.

Con esta amarga sensación de que las farmacéuticas pueden ganar la partida a Europa no podemos transigir. Las anunciadas medidas legales por parte de la Comisión Europea contra AstraZeneca por incumplimiento de contrato no pueden demorarse y si no se gana el pulso, la imagen institucional de Europa quedará gravemente dañada. ¿Acaso no estamos frente a un nuevo intento de debilitación de la vieja Europa? No veo con optimismo que la UE pueda convertirse en el árbitro global entre USA y China. La vacuna determinará un escenario global en el que la especulación, la desigualdad y el poder global, están machacando la iniciativa Convax (alianza de gobiernos e industria para facilitar el acceso mundial a la vacuna). La vacuna no sirve solo para los nacionales; vacunar a los propios y olvidar al resto es una estrategia sinsentido porque solo la inmunidad global permitirá superar esta enorme crisis sanitaria. Por eso ahora más que nunca Europa no debe mirar a las dos potencias, sino apoyarse en los países de economías pequeñas o medias para reivindicar que «o nos salvamos todos o no se salvará nadie».

* Catedrático. Universidad de Córdoba.