Hablar de empleo en Córdoba es, históricamente y por desgracia, hablar de paro. La provincia responde, casi siempre con algo de retraso, a los movimientos de la economía nacional, positivos o negativos, y las alegrías en el mercado laboral -que se han dado estos últimos años, no hay más que recordar las tasas de desempleo por encima del 30% de hace una década- no consiguen doblegar ese paro estructural ligado al enorme peso del sector agrario, a la progresiva reducción de la actividad industrial y a las cicateras inversiones de las administraciones central y autonómica.

Pero las cosas han cambiado en los últimos tiempos. Muy lentamente, sí, pero podría decirse que la foto fija de la economía cordobesa se ha ido alterando y ya no es solo «agro, turismo y ladrillo», aunque este trío siga ostentando la parte del león. La agricultura se ha modernizado, y la industria agroalimentaria se perfila como una potencia del presente y futuro. El turismo, relanzado en la capital de una forma indiscutible con el apoyo de los cuatro títulos de la Unesco, ha generado riqueza y actividad, si bien un empleo precario que ahora se ha visto ahogado por la inactividad derivada de la crisis sanitaria del covid-19. También en torno al turismo, la provincia se va incorporando con ingenio y valores propios al fenómeno viajero que ha marcado este siglo para los territorios de interior, donde el visitante busca naturaleza, monumentos, gastronomía y cultura. La Universidad ha ido tomando su responsabilidad de motor social, la investigación -ligada especialmente al agro y a la sanidad- abre nuevos caminos, las empresas se van adaptando a las nuevas tecnologías, la sanidad ha dado un importante salto de prestigio, el mundo de la cultura ha renacido, surgen empresas tecnológicas, las instituciones, lideradas por el Ayuntamiento, retoman los objetivos de impulsar la logística, la Diputación arbitra planes contra la despoblación, la Junta impulsa la actividad industrial y la formación... Estas son algunas bases sobre las que se ha venido trabajando hasta que irrumpió la pandemia del coronavirus.

Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) que cierran el aciago año 2020 son un anticipo de lo que cabe esperar para los próximos meses. Aunque distorsionadas por los ERTE (que afectan a casi 7.000 cordobeses y no cuentan como paro), y aun siendo graves, las cifras no son tan escandalosas como se esperaba. Arrojan para la provincia un desempleo de 87.900 cordobeses, un 23,75% de la población activa. La diferencia con el cierre del 2019, un año en el que el mercado laboral de Córdoba dejó resultados negativos, no es tan grave como cabría esperar: 2.000 parados más que un año antes. La agricultura y la construcción no han perdido trabajadores, al contrario, mientras el sector servicios ha sido la principal causa de los datos negativos, no solo por el incremento de personas sin puesto de trabajo, sino por la caída de la ocupación. Es decir, muchos ciudadanos se han retirado del mercado laboral. Además, la tasa de la provincia se aleja mucho de la media nacional de paro, del 16,13% y aumenta el número de jóvenes sin trabajo.

En el lado bueno de la balanza, el mejor comportamiento del último trimestre del año, basado en las tareas agrícolas -por la mayor cosecha- y en el intento de las empresas de retomar la normalidad interrumpida por el confinamiento y las medidas restrictivas, que ha mejorado los datos en industria y construcción. Pero el covid-19 continúa entre nosotros, en una tercera ola que hace temer una larga y durísima etapa que solo se acortará si se acelera el lento proceso de vacunación.

Los efectos sobre la actividad económica y el empleo van a ser, sin duda, demoledores, y más en una provincia como Córdoba, cuyo mercado laboral ya es de por sí precario. Si en la crisis del 2008, que se prolongó con crudeza durante cinco años, caló el mensaje de la necesidad de un cambio en el modelo productivo pero no llegó a plasmarse, quizá en la crisis de la pandemia, que se anuncia peor pero podría tener una recuperación más rápida, sea importante que las instituciones unan la reflexión a la acción, y que, con el apoyo de los fondos europeos, además de salvar en lo posible a las familias y el tejido empresarial actual, fomenten un desarrollo económico dirigido hacia un futuro en el que lo medioambiental, la calidad agroalimentaria, las tecnologías avanzadas, la industria sostenible, el nuevo enfoque de la logística y las comunicaciones y el cuidado extremo del turismo y la cultura marcarán la diferencia.