Decir cuídate mucho en un mensaje es decir te quiero sin decirlo y mandar un abrazo más ancho que nosotros. Decir cuídate mucho, como escribimos tanto en estos largos días de luz como ese hielo oscurecido que todavía se ofrece, amontonado, en algunas aceras de Madrid, es pedir a la vida que nos cuide lo que más amamos, lo que se queda fuera de ese radio mínimo, invisible, que ya apenas podemos proteger por nosotros mismos. Cuídate, protégete, no te confíes, porque el tema está duro y puede ser peor. Ese cuídate mucho puede tener también su queja interna: cuídate mucho, protégete, porque, más allá de los médicos y de los sanitarios, nadie va a hacerlo por nosotros. Es una vulnerabilidad que se percibe como un goteo continuo, cada día, entre calaveradas como dejar atrás el ministerio de Sanidad y la pandemia, como ha hecho Salvador Illa, diciendo que no se arrepiente de nada. Para qué: en este Gobierno, casi sería una excentricidad. Y Pedro Sánchez le hace un panegírico que, de pasar a la acción, casi sería un poema de puro amor carnal. Y Fernando Simón es un tío extraordinario, un gran trabajador, cuya labor tampoco tiene mácula. Ay, los talantes. Cuánta trampa llevan esos buenos modales que luego, solo un poco más tarde, dejan entrever la altanería de quien nos deja atrás, con 80.000 muertos, sin arrepentirse de nada. Cuidado con las elecciones catalanas del próximo 14 de febrero, no vaya a ser el nuevo 8 de marzo. Sí, desprotegidos. Desatendidos. Solos. Hasta que llega el momento de colgarse medallas entre ellos o desenterrar nuevas polémicas, casi como una secta que vive al otro lado de la realidad y además se jacta de un distanciamiento tan ufano. Cuánto aplauso interior. Cuánta palmadita en la espalda soberbia del ministro tras su despedida del Gobierno. Cuánto baile de Iceta convertido en discurso. La vida es una tómbola y la territorialidad también, mientras perdemos nuestra riqueza a chorros. Así que cuídate mucho. Cuidaos mucho.

* Escritor