La mayoría de los medios de comunicación abren sus ediciones con la curva de la pandemia. Probablemente de todas las representaciones gráficas que hayamos visto en nuestra vida, ninguna haya tenido una representación tan cruda de una realidad. Los contagios se disparan y la curva se verticaliza. En Córdoba y según los que saben de esto, a finales de semana probablemente lleguemos a los 1.000 casos de contagios. La curva ya empieza a figurársenos a muchos el perfil de una guadaña inmisericorde. No podemos evitar tener la sensación en vista de los datos que su hoja siega más rápido de lo que la vacunación salva. A todo esto hay que sumarle que escondido en esa curva como aquella niña periespiritual, vaga un virus que muta tan rápido que nos hace parecer hasta a los más precavidos o previsores, taciturnos y mojigatos. En esa ahora maldita curva que se dibuja como los labios de una herida abierta en los telediarios estamos representados todos los actores de este drama. Hasta los que pasan del tema. A estos los veo en la nocturnidad de algunos parques del centro de la ciudad, vestidos de adolescentes o jóvenes y reunidos en manada. Huelga decir que demasiados de ellos han abolido la mascarilla. Tampoco las normas del más mínimo distanciamiento están. Algunos hasta impunes gritan entre ellos convirtiendo el silencio de los jardines con ese graznido de la muda de voz de la adolescencia, en una atmósfera amazónica. Alguien con autoridad debería de decirles algo. Los adultos de a pie no solo ya no tenemos demasiada autoridad, sino que corremos el riesgo de que nos linchen. Estos también están representado en la curva. «La estupidez verticaliza la curva» y «la curva mata». Dos eslóganes para concienciar, si cabe, a los que a pesar de tener los datos y la curva de la pandemia hasta en la sopa, no se enteran.

* Mediador y coach