Tras el debate de la moción de censura, pensé que los comentarios dominantes pondrían en evidencia las carencias de Vox: la falta de un programa de gobierno, las falsedades vertidas por el candidato o la constatación de que sus palabras respondían a unos planteamientos felizmente superados. Sin embargo no ha sido así, a tenor de lo publicado lo más relevante habría sido el discurso de Pablo Casado, que el dirigente popular haya apostado de nuevo por mirar hacia el centro del escenario político. Un observador que apenas conociera la realidad política española, a la vista de lo publicado, deduciría que Casado hizo algo muy relevante, y desde luego así le pareció a sus diputados, que llevaron el aplauso hasta límites que hacía tiempo no se veían, o quizás equivalente al que solían dedicar a las intervenciones de Álvarez de Toledo. ¿Qué fue lo importante del discurso? Mantener distancias con la extrema derecha, es decir, seguir la línea que la derecha democrática europea sostiene desde hace bastante tiempo, y que a Casado le ha costado iniciarla más de dos años. En todo caso, bienvenida sea la derecha española a esas posiciones, porque eso nos beneficia a todos.

Pablo Iglesias le dijo que había realizado un discurso brillante, pero tardío. Es seguro lo segundo, y dudoso lo primero. Los discursos parlamentarios se analizan de forma distinta cuando los escuchas a cuando, con serenidad, los lees. Una lectura reposada del discurso nos permite algunas reflexiones. Desde un principio reconoció que los votantes de Vox eran, en buena parte, antiguos votantes de ellos, lo cual le sirvió de justificación para explicar por qué nunca había respondido a los ataques de Abascal. A lo largo de su intervención procuró dejar clara una cuestión fundamental: que Sánchez era presidente gracias a la ultraderecha, que no quiso formar coalición en las elecciones, ni retirar su candidatura en algunas provincias: «Usted eligió dar a Sánchez diputados para que pudiera ser Presidente». Incluso llegó a recuperar ese término que en su momento sirvió para definir la actuación conjunta de PP e IU contra los socialistas, de modo que Vox y el gobierno no son sino «la pinza» o «las tenazas» en su contra. Llevado de esa inspiración, afirmó que Abascal era el «socio en la sombra» del Gobierno, cuestión que repitió en un par de ocasiones.

Tampoco dudó a la hora de recuperar el lenguaje de la Transición, de modo que en la política española actual también habría que distinguir entre reformistas y rupturistas, los primeros serían los populares, los segundos la suma de Vox, Sánchez e Iglesias, lo que no dudó en calificar como el «bloque de la ruptura». Y cómo no, hizo una breve referencia a la cuestión de la memoria histórica, tanto por cómo lo había resuelto en el plano personal, como por la posición de su partido: «Frente al revisionismo histórico, defendamos la Transición y la Monarquía Constitucional». Al margen de que la forma política de España es la Monarquía Parlamentaria, resulta inadmisible que la derecha aún no se haya convencido de que las políticas de memoria no representan un revisionismo de nuestro pasado, pero esa es una rémora de la que al parecer no se libran ni siquiera cuando se desplazan hacia el centro. En la reivindicación de su partido recordó que allí estaba, «y ya va para cuarenta años». Se le olvidó añadir que en la Cámara había algunos con más de cien, PSOE y PNV, y otros que se acercan al siglo, mientras que ellos en tan poco tiempo ya han tenido que cambiar de nombre. Dejó para el final una afirmación inconsistente: no quería a España porque sea perfecta, sino para que lo fuera. Se le olvidó decirnos si también los españoles debemos ser perfectos, y de acuerdo con el Camino de perfección de Santa Teresa, cómo evitar las tentaciones del diablo.

* Historiador