Durante la adolescencia se forja parte de nuestra educación emocional y con ella, como agente destacado, la música desempeña un papel importante. Los cantos de sirena que entonces me llegaban por las ondas, la música popular continuaba recibiéndose a través de la radio, provenían de una especie de tridente selectivo compuesto por las radiofórmulas, entonces incipientes, con una oferta de música comercial y miscelánea, las emisoras independientes -tiempo de radios piratas-, apoyada por alguna que otra emisión pública y algunos huecos de grandes cadenas que apostaban por la nueva música independiente; comenzaba La Movida. El tercer pie lo sustentaban los sellos de grandes multinacionales con apuesta por estrellas de pop y rock internacionales.

La juventud tiene un componente casi iniciático en la negación de lo recibido, lo anterior, y una exaltación desmedida, cuasi religiosa de lo inmediato y coetáneo. La ejemplificación de esa premisa se apreciaba en la proliferación de grupos independientes y adolescentes, vestidos de cuero negro, chapas y metal, pelos erguidos y de colores, queriendo ser una especie de Sid Vicious locales. En muchos casos la formación musical de los componentes rayaba en lo justito o en el debe, ¿quién podría estropear la maravillosa idea de tener un grupo de rock o de pop? Las carencias musicales no iban a ser un impedimento. Y así en locales oscuros, con un sonido pésimo, donde destacaba el aporreamiento de la batería, crecía entre felicidad e inocencia feroz una educación musical. A veces, a esos grupos llegaba un rarito. Era muy extraño conocer a alguien que se dedicara al estudio de un instrumento musical, hablo de pueblos a 100 km de cualquier capital. Podías ver alguien pasear con la funda de una guitarra, pero encontrar a quien transportara el envoltorio de un saxo, contrabajo, trombón o flauta travesera era muy extraño, seguro que se trataba de alguien «friki», que incluso le gustaba la música clásica. Sin embargo, algunas de esas rarezas se entregaron a la música reglada.

Antes de las compras por mensajería a multinacionales funcionó una revista-catálogo que nos marcó, Discoplay, por su variedad y desubicación nos permitía a los de pueblo tener la posibilidad de comprar discos, no existían ni siquiera los CD. En ella y aconsejado por algunas amistades frikis compré (en silencio) los primeros discos de gente rarita como ellos, de Path Metheny, por ejemplo o Chick Corea. Los escuchaba y aportaban algo distinto. Uno llevaba a otro y fui enganchándome poco a poco, aunque también cantaba a grito pelado las canciones de Siniestro Total o Golpes Bajos, pero ello no me impedía seguir escuchando aquella música diferente.

Fue una enorme satisfacción ver cómo amistades de aquellas interpretaban magistralmente este verano temas de Path Metheny en directo, en Priego, con un lleno considerable en tiempos de pandemia. Hace cuatro años nació Jazzándaluz -ya referente del género-, un sueño de tres músicos prieguenses al que ha ido subiendo poco a poco mucha gente con el entusiasmo por bandera. Se creó hace dos años también la asociación Jazz PC, encargada de realizar una enorme variedad de actividades en torno al jazz, conciertos, cursos, conferencias, jam sessiom -ahora paradas- y algo muy emocionante como ver subidos en un escenario compartiendo actuación con grandes intérpretes a peques de diez a catorce años o un encuentro de Big Bands. Quién lo iba a imaginar. Benditos gustos extraños, de entonces.