Las conspiraciones existen. Gobiernos y grandes corporaciones empresariales se han visto involucrados a lo largo de la historia en complots en los que manejaron actividades ilegales o informaciones en contra del interés de la ciudadanía. He aquí algunos ejemplos:

1. Proyecto MK Ultra. Un programa secreto de la CIA para buscar métodos de control mental basados en drogas, agentes psicotrópicos, señales eléctricas y mensajes subliminales. 2. Experimento Tuskegee. En la década de 1930, la sanidad pública americana, sin información previa ni consentimiento, infectó con la sífilis a cientos de afroamericanos para estudiar cómo evoluciona la enfermedad si no se aplica tratamiento. 3. Metanol en la Ley Seca. El Gobierno americano llegó a adulterar con metanol barriles de alcohol como medida disuasoria del consumo clandestino, lo que provocó la muerte de cientos de personas. 4. Las grandes tabaqueras americanas ocultaron durante décadas los resultados de investigaciones en las que se demostraba el poder adictivo de la nicotina y los efectos negativos del tabaco para la salud; y no solo ocultaron esta información, sino que la utilizaron para diseñar sus cigarrillos de tal manera que se optimizara la acción de la nicotina. Solo recientemente, en 2006, la justicia acusó de conspiración a estas empresas.

¿Quiere decir eso que es posible que los americanos no llegaran realmente a la Luna, que hay una conspiración internacional de políticos y científicos para ocultarnos que la Tierra es en realidad plana, o que la pandemia de coronavirus no existe sino que se trata de una nueva conspiración de los gobiernos para controlar a la población? ¿Cómo sabemos qué historia es real y cuál es una historia falsa creada por una conspiración del poder? Cómo distinguir entre teorías de conspiración reales y falsas teorías conspirativas. Dar una respuesta general a esa pregunta no es simple. Todo depende del caso, de lo razonables o inverosímiles que nos parezcan los supuestos hechos y las teorías que los pretenden explicar.

Incluso entre científicos, es muy difícil llegar a demostrar rotundamente la realidad de una supuesta observación, y mucho menos de una supuesta ley natural. Al final, nuestra realidad científica descansa sobre principios que son aceptados por pura fe. La actitud personal, la psicología de cada uno termina siendo determinantes incluso entre científicos. Así pues, se podrá entender perfectamente lo importante que es la psicología para comprender cómo se maneja el conocimiento entre la ciudadanía sin formación científica. De hecho, esto ha sido objeto de estudio durante las últimas décadas; en concreto, la psicología se ha planteado la pregunta de por qué y cómo se aceptan entre muchas personas las teorías de conspiración. Los resultados de numerosas investigaciones sobre el tema, desde Australia a Europa y Estados Unidos, sugieren la existencia de mecanismos psicológicos que facilitan la aceptación de falsas teoría de conspiración. Y dos cuestiones fundamentales: a) Estos mecanismos psicológicos se desencadenan de forma particular en respuesta a situaciones de estrés, miedo e inseguridad ante amenazas externas como guerras, catástrofes o grandes crisis sociales o económicas. b) Las personas psicológicamente vulnerables, aisladas socialmente, tienden a aferrarse a esas teorías de conspiración como reacción al entorno hostil que los maltrata y para buscar seguridad y cierta sensación de inclusión entre las otras personas con las que comparten dichas teorías.

Somos conscientes de la fuerza que pueden tener esas falsas teorías. Hace unos días, miles de personas se reunían en la plaza de Colón de Madrid, sin mascarilla, para denunciar que la pandemia es una farsa promovida por los gobiernos con objeto de controlarnos. Es difícil luchar contra estos movimientos si se dejan resquicios en la información por donde pueda colarse la duda y la imaginación. La transparencia es imprescindible. Y aun así, ya vemos que no siempre será suficiente. H