El propósito de la muerte es la liberación del amor», nos dice Laurie Anderson en Heart of a dog, ensayo fílmico compuesto en un contexto de pérdida: la de su madre, la de su pareja y la de su perrita Lola . El Libro Tibetano de los Muertos acompaña el proceso mediante el cual la artista se enfrenta a los cambios radicales que esas muertes traen a su vida. «The purpose of death is the release of love», la frase acaricia y se queda con nosotros ¿Pero cómo la podemos interpretar? ¿Cómo queda el amor atrapado en aquello que amamos y cómo podemos facilitar el tránsito de ese amor para que siga dando sus frutos, alimentando al mundo? La frase «un clavo saca a otro clavo» pronunciada como consuelo en contextos de ruptura sentimental, esconde una verdad y también una simplificación tramposa. Verdaderamente nadie es reemplazable, perder a una persona implica morir un poco con ella, y si nos permitimos ser sinceras podemos sin esfuerzo reconocer que ciertas partes de nuestra vida, ciertos aprendizajes, emociones, olores y formas del tacto quedan irrecuperables con la interrupción de un vínculo. «Ya no será, ya no» escribe Idea Vilariño tras la ruptura con su pareja, «no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros. / No llegaré a saber / por qué ni cómo nunca / ni si era de verdad / lo que dijiste que era / ni quién fuiste / ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido / vivir juntos / querernos / esperarnos / estar». La ruptura de un vínculo es una herida en el futuro, una cuchillada en los pliegues del tiempo: «Ya no estás / en un día futuro» y una negación de las potencialidades del presente, que se retrae para ser solo pasado. «No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte. / No te veré morir». No creamos entonces las leyes del libre comercio, no nos engañen las alegrías de los nuevos amores; perder es un asunto serio. La verdad que esconde el dicho es que siempre es posible -y ha de ser posible- volver a amar. Aquello que elegimos un día, o hacia lo que nos inclinamos sintiendo que no había elección, genera a veces fijaciones peligrosas, que obturan nuestra capacidad de conectar con el mundo y entrar en intercambio con los cuerpos que viven en él. Los ideales proyectados en la persona deseada capturan nuestra energía y, cuando esto ocurre, no estamos valorando la realidad material que esa persona comparte con nosotras, sino aquello que hubiésemos querido que fuera: un ideal de cuidado, de belleza o incluso de pasión. Cuando la realidad material no devuelve nuestras ilusiones, la decepción inunda nuestra vida. Pero no nos decepcionan las personas, sino los ideales que teníamos puestos en ellas, y hemos de protegernos de la decepción porque es un estado de apagamiento, de pérdida de sentido. Cuando nos decepciona la capacidad que los otros no tienen para amarnos nos sentimos decepcionadas con el mundo. La percepción que tiene del mundo el enamorado es brillante, valiente y prometedora. Quien vive tocado por la decepción se retrae, su fuerza se apaga, no reacciona a los estímulos externos, pierde la capacidad de dar. Es importante sentir la decepción y atravesarla sin quedarnos en ella. El propósito de la pérdida es la liberación del amor. Abandonar la fijación en el objeto y poder entregarnos al tránsito. En la apertura somos más generosas, menos conservadores. Damos lo que tenemos a quien encontramos en el camino sin esperar a cambio ni el deseo, ni el compromiso, ni la entrega de la belleza. Sin proyectar una estructura económica, un valor social, una parcela de futuro. La pérdida es la maestra que hace del cuerpo-alma un lugar más sereno, porque desarticula el ego siendo un hachazo a nuestras seguridades, a nuestra vanidad. ¿Es posible que el sujeto de Occidente, tan centrado en su identidad y su valor, sea capaz de darle la bienvenida a la ausencia? El aprendizaje del arte de perder remueve las entrañas y está lleno de subidas y bajadas, de cambios de ánimo y de percepción del contexto que vivimos. Es también necesario decirlo: que ningún gurú ni libro de autoayuda nos quite el derecho al llanto, al grito en el vacío, o a la queja del flamenco. Solo con pasión se libera lo que con pasión se ha adherido. Y después. Habrá un después. H