Por supuesto, que los resultados de las elecciones autonómicas no son extrapolables a unos comicios generales, pero pueden marcar con exactitud determinadas tendencias de los electores. Las recientes consultas gallegas y vascas han esclarecido el anhelo de moderación que existe para mejor afrontar las dificultades que tenemos en la puerta. Pero, ante todo, han producido un hecho hasta ahora desconocido en nuestra democracia. Es decir, la consagración de un líder en la sombra que se lleva de calle las elecciones en su territorio y que tiene un futuro nacional indudable.

Nadie desconocía que amplios sectores del conservadurismo llevan tiempo considerando que, si en las dos últimas elecciones generales hubiera sido cabecera Núñez Feijoó, los desastres no serían tan solemnes y que, sin la menor duda, se habría abstenido en la investidura de Sánchez con el objeto de evitar que España tuviera la que bastantes analistas consideran la peor coalición de las posibles.

Dicha actitud pro Feijoó, que permanecía latente, se ha reafirmado con el nuevo éxito, porque no de otra forma debe llamarse conseguir una cuarta mayoría absoluta, sobrepasando mucho el número de votos que alcanzó el PP en las generales y municipales precedentes. A ese triunfo cabe añadir haber acertado en el desacierto que suponía llevar a Iturraiz como cabecera de lista en el País Vasco, en detrimento de su amigo el exministro Alonso Aranegui, persona templada que, contrariamente a la equivocada decisión que tomó el descacharrado aparato del partido, era la apuesta para Euskadi de Feijoó.

Ahora, Feijoó es un líder en la sombra, cualidad que él mismo ha corroborado tácitamente al manifestar que no se apartará de la política, pero que no volverá a repetir en Galicia y al desechar, abiertamente, el lamentable navajeo parlamentario practicado, a diario, por el aznarista Casado, el inservible García Egea y la agria aristócrata Cayetana Álvarez de Toledo.

Una trinca de aúpa que, de tener generosidad, altura de miras y todo lo que en política hay que tener, incluyendo la vergüenza torera, dejaría paso libre, de inmediato, al sólido líder que se halla en la sombra y que, hoy por hoy, es deseado en amplios sectores del PP. Y en política, al contrario de lo que sucede en la vida normal, los deseos razonables, casi siempre acaban imponiéndose a la desechable realidad.

Un trío periclitado, fuera de órbita, que ni siquiera se da cuenta que les daña sobremanera tratar de emular a los ‘neo-franquistas-jonseantonianos’ de Vox, y que es suicida permanecer anclados en la idea de que la política es el arte de la bronca cotidiana. Ambas cosas, complementadas con la inconcreción de sus propuestas para encarar con sentido de Estado los malos tiempos que se acercan a galope tendido.

Amén de lo anterior, a partir de ahora, para más inri, los «feijooistas de toda la vida» van a proliferar en el PP tanto como los hongos en las otoñadas lluviosas. Gentes que cada vez engrosan más el grupo de quienes piensan que en las próximas generales el único cabeza de lista con algunas posibilidades es Núñez Feijoó al que estos días han vitoreado extensamente porque es bien sabido que, en nuestro país de los demonios, los vivas a Belmonte son mueras a Joselito, y a la viceversa.

En estos momentos --aunque a Casado le huela a chamusquina--, la fe conservadora se llama Feijoó, con creciente número de partidarios convencidos de que reconducir la mala situación, por los mismos que la ocasionaron, es un imposible que no se lo salta ni un gitano ni un torero.

* Escritor