La no-feria ha quedado atrás, y el último fin de semana de eso que no se ha celebrado coincidió con la difusión de los planes del Ayuntamiento para la reforma del recinto ferial, a propuesta de las casetas tradicionales y previo consenso. Desde aquí lanzo la pregunta de si en el albero de El Arenal, a las temperaturas actuales, hubiera podido sobrevivir el odiado virus. No creo que la comunidad científica quiera responderla, así que lo dejaré correr: probablemente la fina arena amarilla no favorezca al covid-19, aunque sí podría sentirse a gusto el bicho en las frentes sudorosas de feriantes y público, y en los calderos de salmorejo. Mejor apartar este pensamiento y dirigirlo hacia los pimientos fritos, que esos no hay manera de que se contaminen.

Ya pasó la feria… ¡Para un año en el que hubiera podido ir a placer! Y pienso que el año que viene, si es posible, tendré que ir a pisar el Real, para mancharme a todo plan los zapatos y despedirme de él en condiciones, sacudiendo alpargatas a toda pastilla. Porque lo van a quitar, el albero, digo, lo contó mi compañera Irina Marzo, y todo va a ser una higiénica superficie pavimentada (tengo que preguntarle a Antonio Pineda si los caballos van a sufrir más con ese suelo tan duro y que absorbe tanto el calor) para que los fondillos de los trajes de flamenca no se pongan anaranjados.

No me opondré a estas comodidades y a todo lo que mejore aquél recinto tan inhóspito, especialmente cualquier idea que ofrezca sombra, a ser posible natural, a todo lo que permita que el aire circule y no sean tan imprescindibles esos motores de aire acondicionado que refrescan, sí, pero te llenan de incómoda humedad.

No me opondré pero me da pena… ¿Una feria sin albero? La de Sevilla está alicatada hasta el techo, y es el modelo de feria por excelencia, pero la noticia me acongoja, como si este fuera otro de los cambios a los que nos obliga el virus. Tengo que hablarlo con el teniente de alcalde de Urbanismo, Salvador Fuentes, que seguro que baraja argumentos de peso y contundencia para que pueda liberarme de estas nostalgias trasnochadas. Eso sí… de la plaza de toros no lo quitarán, ¿verdad? Estos días pienso con cierta maldad que, dado el historial de escasa afluencia de público en Los Califas, no habrá problema para cumplir con los aforos reducidos que marca la desescalada.