Uno de los aspectos llamativos de esta crisis, en este mundo pequeño y doméstico que nos tiene en clausura, es que se previene con productos muy baratos. Me refiero a las acciones para alejar la enfermedad, ya que, si se cae en ella, y esta ataca con fuerza, las largas hospitalizaciones sí suponen un enorme coste en recursos sanitarios. Mientras se busca una vacuna, o mientras en las unidades de cuidados intensivos llegan los respiradores y los medios de protección pagados a precio de oro, los ciudadanos limpiamos nuestras casas y las protegemos con productos que cuestan, o costaban, menos de un euro: la lejía, el alcohol, el vinagre, el bicarbonato, el agua oxigenada… La pastilla de jabón, despreciada y sustituida desde hace tiempo por los dosificadores, ha recuperado su olorosa vigencia y las jaboneras de cerámica o metal vuelven a ocupar espacios destacados.

Hasta que se produjo la carestía y la pugna internacional en la que algunas empresas han obtenido ganancias multimillonarias en segundos, y encima engañando y añadiendo riesgo de contagio a nuestro personal sanitario, las mascarillas tampoco eran caras, y una caja de guantes de plástico desechables se compraba por muy poco dinero.

Ahora, como escasean los guantes, se nos dice como antes con las mascarillas, que no son imprescindibles. Y se intenta por la vía ministerial que las mascarillas cuesten menos de un euro, cuando muchos farmacéuticos, presionados, las han adquirido por encima de ese precio. Pero mientras el ruido político lo revienta todo, mientras asistimos a órdenes contradictorias cada cuarto de hora, vemos que todo se está volviendo una suerte de Patio de Monipodio en el que solo el sacrificio de una serie de gestores y profesionales de la sanidad y de todos los ámbitos y la buena voluntad de tanta gente nos salvan del caos. Es muy importante que no llegue el caos, y muchas mentes que tienen sobre sí la responsabilidad deberían pensar a fondo en ello.

Ya le escribí mi oda a la lejía. oda a la lejíaNo la repetiré. Sí diré que en los supermercados -en los que me da la impresión de que casi todos los precios están subiendo un poquito, a ver el INE qué refleja- proliferan los productos desinfectantes, para la ropa, para el suelo, y que como nos descuidemos vamos a vivir en un entorno tan antinaturalmente higienizado que cualquier bichito que pase nos va a liar una infección de las gordas.

Nos escribe C., que no se ha confinado, por razones de trabajo, ni un solo día. Le han hecho el test -por cuenta de su empresa, claro- y ha salido limpio. No está contento del todo, le hubiera gustado que, como a uno de sus compañeros, de la prueba hubiera salido que ha pasado la covid-19 (suena mejor "el" covid, pero parece que lo canónico es el artículo femenino) y está ya inmunizado (aunque ni siquiera eso es seguro).

Pero a M.J, que es sanitaria y lleva unas semanas en una UCI del coronavirus, le tienen que hacer la prueba por lo de las mascarillas defectuosas. O sea, trabajando dentro de los que viene a ser un traje de astronauta y totalmente desprotegida ante el virus. Esto es una angustia que no cesa.