Pues sí, Villa Lejía. Así ha sido bautizada mi casa, con aceptación general y resignada de los que la habitamos. La idea no ha sido mía, y ya lo siento, pues me parece el mejor resumen de cómo están los hogares españoles (quizá del mundo entero). «Desinfectando, pues», que diría un vasco.

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Contacto por wasap para fijar la hora de una entrevista y tardan en contestarme. Cuando me responden, dicen así: «Perdona, pero es que acababa de venir con la compra y tenía que desinfectarlo todo, es el momento que más odio». Bueno, no estoy sola en mis sentimientos anticoronavíricos, a mí también me revienta el repaso que hay que darle a todo al volver de la calle. ¿A quién no? Que, por cierto, todavía suscita dudas. Me quedé el otro día pasmada delante de una cabeza de ajos sin saber a qué atenerme. Hablé con ellos un momentito: «Queridos ajos míos, que con un poco de suerte vendréis de Montalbán, ¿os tengo que sumergir en el agua con sus gotitas de lejía rodeados de naranjas y tomates?». Dijeron: «Ni pensarlo. De ninguna manera aceptamos pasar por eso». Discutimos un poco. Al final ganaron la batalla, pero ahí están, confinados unos días hasta que se les pase.

En resumen, la lejía es mi mejor aliada de estos días. Supongo que los fabricantes de este producto tan barato ni se creerán este golpe de la rueda de la fortuna. Por fin hemos podido comprar alcohol (dos semanas ha tardado en volver a la farmacia) pero no es lo mismo.

Confieso que siempre me ha gustado la lejía, ese «olor a limpio» insuperable. Para mí era un disgusto no poder utilizarla en el suelo de la casa, y por poco no me da un pasmo cuando hace años, al renovar la cocina, me dijeron que ni los azulejos ni las losetas se podían limpiar con lejía, que se estropeaban. «¡Esto clama al cielo!», les espeté a los indiferentes operarios, «¡que una cocina no se pueda escamondar con lejía!». Pues quién lo iba a decir, ahora no importa nada que se estropeen el suelo o los muebles. Eso sí, con el trapo bien escurrido... Hoy ha tocado un diario frívolo, sabrán ustedes disculparme.