Estamos «vivos de milagro» era una expresión frecuente en la conversación y en la vida de Enrique Morente, que su familia, amigos y compañeros del flamenco siguen utilizando en recuerdo del gran maestro granadino. La escuché de sus labios muchas veces: estamos vivos de milagro, y me viene a las mientes cada vez que veo comparecer al ministro de Sanidad que, después de varios días superando los 900 muertos diarios por coronavirus en nuestro país, va y dice que estamos en fase de estabilización. No, señor ministro de la estabilización, estamos en fase de desesperación, de grave preocupación, de inquietud, de incertidumbre, de angustia, porque ya todos tenemos algún conocido que no ha podido despedirse de sus padres recluidos en residencias o muertos en la soledad de un hospital. Pudiera ser cualquier estado inestable, señor ministro, menos estabilización porque cada día nos sentimos más desestabilizados con la realidad y con sus explicaciones. Para contrarrestar sus torpezas y procurarme por mis medios la estabilización, he comenzado a leer El cuerpo humano, guía para ocupantes (RBA) de Bill Brayson, el autor de un título de éxito como Breve historia de casi todo. En este nuevo libro habla de las partes del cuerpo humano y de su funcionamiento, y resulta de lo más sorprendente que todo ese aglomerado de tripas, huesos, nervios, músculos, vísceras y sangre pueda funcionar correctamente muchos años y todas la horas del día. Aunque está contado con gran sentido del humor, uno no puede dejarse de palparse aquella parte del cuerpo sobre la que leemos y de la que nos habla el autor en cada página, y el lector va notando cómo se va volviendo más aprensivo, entre otras cosas porque, dice Brysson, hay casi 8.000 cosas que pueden matarnos, según una detallada lista de enfermedades y problemas de la Organización Mundial de la Salud, aunque es un hecho que escapamos de todas menos de una, lo que no está mal. Pero ya ven, basta un pegote de ácido nucleico y proteína, un virus, ni siquiera es un ser vivo, que cuesta ver al microscopio, para acabar con todo el planeta. En la historia de la humanidad nunca una guerra no declarada costó tanto desastre y tanta vida. Y eso que estamos en un momento en el que ningún bocazas (espero) pueda atreverse a pronosticar cuando acabará; como muchos se atrevieron antes a negarla diciendo que no era cosa suya. Ahora, roto ya el gran espejo del proyecto común europeo -por mala suerte, malos gobernantes o por torpeza- cada cual se mira en el añico más o menos grande que pudo atrapar tras el destrozo. O sea, menos humos y a ver si, cuando este tiempo sea memoria -también esto pasará- somos más humildes pues, como decía Morente, será un milagro que sigamos estando vivos.

* Periodista