Uno de los recuerdos más presentes que tengo de mi infancia es el ocurrido el 23 de febrero de 1981, cuando mi abuelo oyendo la radio conoció que se había producido un golpe de estado al más puro estiloespañol. Mi abuelo, pálido, se llevó las manos a la cabeza con desesperación mientras repetía constantemente, “no, por favor, otra vez no”.

Yo, que tenía diez años en ese momento, no había vivido conscientemente ni siquiera los últimos años de la dictadura y la terrible transición, pero alcancé a ver la gravedad del asunto por medio de aquellos gestos y por los semblantes preocupados de mi madre y mi abuela.

Puede que mi hijo y mi hija nunca vivan una situación parecida, pero este 23F he rememorado el suceso con ocasión de la manifestación en la calle Foro Romano, para hacerles comprender la gravedad de un hecho que pretende conmemorar una dictadura que nunca debió producirse.

Asistimos a la banalización del mal, ese concepto creado por Hanah Arendt que afirma que personas capaces de cometer grandes males o atrocidades pueden ser gente aparente y perfectamente “normal”. Pues bien un gobierno “normal” de personas “normales” está ahora riéndose del dolor ajeno, reviviendo en las víctimas del genocidio franquista una vivencia injustificable basándose en la normalidad y aún en la excepcionalidad de determinados personajes históricos, eliminando aquellas huellas de su pasado que constituyen el horror de miles de españoles.

Cuando analizaba el caso de Adolf Eichmann, responsable de las deportaciones masivas a los campos de exterminio de millones de judíos, el nazi que propició la muerte y el sufrimiento de millones de personas, y que nunca reconoció su culpa al considerarse un mero técnico de transportes, HanahArendt acuñó esta expresión para hacernos reflexionar sobre el papel de los actos individuales, sobre las consecuencias que sobre el resto tenían nuestras decisiones.

Puede que Cruz-Conde o el Conde de Vallellano nunca se sintieran culpables de las miles de muertes y asesinatos cometidos en Córdoba por participar en el Golpe de Estado, pero desde la distancia histórica, desde el conocimiento de las atrocidades de la guerra y la dictadura que ambos ayudaron a construir, los gobiernos democráticos tenemos el deber de reconocer su responsabilidad, no esconderla ni justificarla y, sobre todo, propiciar que las víctimas accedan a la verdad, la justicia y la reparación que la Historia les robó.

Desde un Estado democrático, no podemos permitir que sean las propias instituciones creadas para dar Soberanía al Pueblo, las que banalicen su dolor y no reparen sus injusticias. Es, pues, imprescindible que no formemos parte de ese colectivo no culpable, no responsable, porque si no formaremos parte de quienes torturan y vejan, de quienes intentan construir un ayuntamiento ajeno a la Constitución y la Democracia, y también de quienes contravienen impunemente leyes que hemos aprobado en ejercicio de esa soberanía para su obligado cumplimiento.

Desde el grupo municipal de IU hacemos un llamamiento al gobierno municipal para que rectifique en lo que, a todas luces, es un tremendo error y se ponga del lado de las víctimas, reparando su dolor y construyendo así una ciudad de convivencia y respeto.

Y hacemos también un llamamiento a toda la ciudadanía para no participar en este hecho execrable, porque la memoria sí importa, porque solo desde el reconocimiento de nuestra responsabilidad podremos impedir las atrocidades y porque tenemos colectivamente un deber de reparación que va más allá de nuestra facilidad para recordar el nombre de una calle y la dificultad de reconocer nuestros errores.

Porque un pueblo que no conoce su propia historia está condenado a repetirla.

* Viceportavoz del Grupo Municipal de IU