Si Si Treblinka, Belzéc y Sorbibor, fueron los llamados «campos de exterminio secretos», sin otro objetivo que la eliminación sistemática de los que fueron enviados allí, Buchenwald, el campo de los prisioneros políticos porque su primera función fue recluir a los disidentes del régimen nacionalsocialista; Ravensbrück el campo de las mujeres, porque casi exclusivamente fueron mujeres quienes fueron enviadas a aquel recinto; Matthaüsen, el campo de los españoles, por el importante contingente de republicanos que, tras la derrota en la guerra civil, su paso por los campos de refugiados franceses y su encuadramiento en las Compañías de Trabajadores o en la resistencia antinazi, terminaron en él con la complicidad de la cúpula del franquismo; Auschwitz, de cuya liberación por las tropas del ejército soviético se cumplen ahora 75 años, marcaría el clímax del Holocausto en estas factorías de la muerte, como les llama el historiador T. Snyder, en la medida en que en él serían asesinadas más de un millón de personas, fundamentalmente judíos, pero también comunistas, socialistas, gitanos, homosexuales, «delincuentes sociales», etc. Todos estos establecimientos, son solo una muestra de los cientos de ellos de diverso rango (campos de concentración, campos de trabajo, campos de exterminio) de la red establecida que fueron los soportes del Holocausto y que jalonan la geografía del horror, expresión sin duda de la que fue la mayor atrocidad en la Historia del siglo XX, expresión también de la historia universal de la infamia.

Solo hace unos años que la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el 27 de enero fuera designado como Día Internacional de la Conmemoración del Holocausto, fecha en la que se conmemora el aniversario de la liberación del más emblemático de los campos de exterminio, necesidad que se imponía en vista de que estamos contemplando cómo la intolerancia se asienta en el curso normal de la política, actúa sobre las minorías refugiadas y emigrados y se aprovecha de la ira y de la ansiedad que aflora en un mundo de cambios acelerados.

Como señalara H. Arendt, el conjunto de las instalaciones de Auschwitz-Birkenau fue una concentración inusual de complejo industrial y centro de exterminio; en él se expresa un continuado proceso de deshumanización, de compleja explicación filosófica, toda esa banalidad del mal que la autora analiza proyectada sobre la población reclusa y que supone, además del exterminio sistemático de los allí internados, una explotación de mano de obra esclava en los diversos proyectos agrarios, industriales, mineros que se desarrollan, una alienación progresiva de los que no pueden soportar aquellas inhumanas condiciones de vida que desemboca, como en otros muchos campos, sencillamente, en la muerte.

Serían cientos de miles los judíos, procedentes de toda Europa y en gran medida controlados desde la Oficina Central de Seguridad de Reich dirigida por A. Eichmann, instrumento de primer orden en la orquestación de la genocida «solución final», que terminaron sus días en el complejo Auschwitz-Birkenau; entre algunos de los más conocidos están la propia Ana Frank, cuyas memorias dieron testimonio del sufrimiento de las familias judías ante la persecución nazi desde la perspectiva de una adolecente que terminaría perdiendo la vida en otro de los campos nazis más sanguinarios, Bergen-Belsen, los escritores supervivientes Elie Wiesel, premio Nobel de la paz en 1986 e Imre Kertész, asímismo premio Nobel de Literatura en 2002, cuya novela Sin destino es una terrible crónica de lo que ocurre en el campo, Augusto L. Mayer, historiador del arte y especialista en pintura española del Siglo del Oro y, desde luego, el italiano Primo Leví, que quizás sea quien en su obra Si esto es un hombre articule un más profundo y descarnado relato sobre el día a día de la vida en el campo de exterminio de Auschwitz.

En este nuevo aniversario de la liberación de Auschwitz, y aquí sí que el término liberación se expresa en todo su significado, en la radicalidad que supuso acabar con las horribles ataduras del catálogo de horrores que los nazis pusieron en práctica, en contraste a cómo este término fue utilizado por la propaganda franquista para definir el golpe de estado del 18 de julio, debemos estar prestos a este reverdecimiento de actitudes xenófobas, de rechazo de quienes huyen de los horrores del siglo XXI, y de no ser transigentes con quienes, aun dentro de nuestras fronteras, justifican política o teóricamente tales posiciones. Nos va en ello la construcción de un mundo mejor. La Historia no se repite, pero da lecciones. Solo el conocimiento riguroso y contrastado de lo que ocurrió en Europa en las décadas centrales del pasado siglo, en la España del inicial franquismo que no ocultó sus simpatías con la Alemania nazi, podrá ayudar a construir una ciudadanía no solo más informada, sino más libre, crítica y responsable con los problemas de hoy.

* Catedrático de Historia Contemporánea