El 2019 se despide sin mucha pena, también con poca gloria. ¿Cómo será el 2020? Todo lo nuevo tiene un componente de incierto, pero quizá el concepto sea ahora más adecuado que nunca. Estamos inmersos en una amarga incertidumbre.

Vamos a la economía. Pese a los graves temores al retorno del proteccionismo y a la guerra comercial entre China y Estados Unidos, a la confirmación del brexit (¿suave?), y al miedo al agotamiento de la política superexpansiva de los bancos centrales, la economía se ha portado algo mejor de lo esperado. En EEUU, dopados por la bajada de impuestos sin miedo al déficit de Trump, el crecimiento ha seguido un año más -y van bastantes-, la tasa de paro sigue en mínimos históricos y no resurge la inflación. Los mercados suben, pero el nerviosismo y el fantasma de la recesión no desaparecen.

En Europa el crecimiento es modesto (1,2%) pero puede que la desaceleración no vaya a más y el relevo de Mario Draghi por Christine Lagarde no parece que vaya a alterar la política del BCE, pese a que los que señalan los efectos negativos de los bajos tipos de interés han alzado la voz. El resto del mundo crece, aunque a menor ritmo, pero hay países pobres con un incremento sustancial del PIB: 7,8% en Bangladesh, 7,4% en Etiopía y 6,1% en India. China se frena y tira menos del mundo. Es lógico.

España está creciendo casi el doble que la UE (2% frente a 1,2%), el paro baja, aunque todavía es muy alto y, pese a que los más jóvenes tienen malas expectativas, la fuerte creación de empleo y los ligeros aumentos salariales de los últimos años han dopado la demanda interna sin que la inflación y la balanza de pagos -enemigos fijos de nuestra economía- hayan reaparecido. ¿Puede continuar esta racha que dura ya seis años? Hay muy serias incógnitas al respecto.

Los analistas temen que la incertidumbre política castigue a la economía. Y quizá el miedo al futuro sea la clave del éxito de políticos nacionalistas con tendencia al autoritarismo -Donald Trump y Boris Johnson- en las dos grandes democracias anglosajonas. Hay analistas que aseguran -con razones- que la democracia está en peligro y habrá que estar atentos a la posible y nada deseable reelección de Trump.

Pero junto a este huracán conservador -basado en el rechazo a la globalización- hemos visto grandes protestas en las calles de muchos países. Se dice incluso que el 2019 ha sido el año de las protestas. Revueltas que van del Oriente Medio a Sudamérica sin olvidar Hong Kong, Francia, India y -algunos dicen- Barcelona. ¿Qué tienen en común Argelia, una dictadura estéril, con Chile, el país más moderno de Latinoamérica que acababa de elegir un nuevo presidente que ya había tenido un anterior mandato? ¿Y con la India o con el glamuroso París? ¿Es solo una coincidencia puntual de fenómenos particulares o regionales?

Derechismo nacionalista en Washington y Londres y tsunami callejero en muchos y distintos países son una ecuación irresoluble. Y la movilización contra la emergencia climática ha avanzado -lo hemos visto en la cumbre de Madrid- pero con muy pocos resultados prácticos.

España no está al margen de la incertidumbre. Por ahora la reacción conservadora es menor a la de otros países. El PSOE ha ganado dos elecciones generales, las europeas y las municipales, aunque Vox ha logrado ser el tercer partido partiendo de la nada. Y quizá el crecimiento de los últimos años explica la ausencia actual de protestas sociales en las calles (excepto en Barcelona por causas políticas), pero el malestar se traduce en una explosión de las pluralidades (identitarias y políticas) que hacen que la inestabilidad sea la nota dominante desde las elecciones que ganó Rajoy, perdiendo su mayoría absoluta, hace ahora cuatro años.

¿Podrá Pedro Sánchez lograr la investidura en base al pacto con Podemos, el apoyo del PNV, de otros partidos regionales y la abstención de ERC? Será un pacto criticable... o prometedor, como quieran. Pero quizá sea el único realmente posible. Y la investidura puede salir porque nadie desea otras elecciones.

Pero la investidura es solo la condición necesaria pero no suficiente para la estabilidad. Los próximos meses lo comprobaremos en un año que tanto a nivel español como europeo -por suerte, el populismo no tuvo buen resultado en las elecciones de mayo-, como internacional, estará presidido por la incertidumbre.

Pero hasta noviembre próximo no sabremos el resultado de las elecciones americanas -Trump contra Mr/Mrs. Desconocido/a- que, junto a otras cosas, puede ser decisivo para el 2021.

* Periodista