Hace ya más de un mes, pero los medios de comunicación siguen reproduciendo, con enorme frecuencia, el sorpresivo abrazo. Ambos rubricaron el inesperado pacto y el que algunos de sus críticos, han bautizado como Marqués de Galapagar, arrebatado por la emoción, se fundió en un apasionado abrazo −a juzgar por su rendida caída de párpados− con el que se había definido, a sí mismo, como insomne potencial.

Lo que no se está explicando es el efecto que la efusiva manifestación ha podido causar en los intervinientes. Según todos los estudios médicos, la singular muestra afectiva ordenaría a los hipotálamos de ambos la liberación del neuropéptido oxitocina, en la hipófisis o glándula pituitaria, liberándose también dopamina y serotonina. La oxitocina −hormona del amor− activaría los mecanorreceptores existentes en la piel que se llaman Corpúsculos de Pacini y Corpúsculos de Meissner, y ayudaría a reducir la presión arterial, sin duda bastante alta por la emoción del momento. También se originaria una mayor producción de glóbulos blancos −por activarse el sistema inmunológico− que los protegería, como un caparazón, de las virulentas críticas que pudieran recibir.

Con todos estos datos, no cabe duda que abrazarse les habrá proporcionado una serie de efectos con los que, posiblemente, ni siquiera contaban El exitoso orador motivacional y entrenador corporativo norteamericano Jack Canfield, los sintetiza diciendo: “Abrazar es saludable: favorece el sistema inmunitario, te mantiene sano, cura la depresión, reduce el estrés, induce el sueño, vigoriza, rejuvenece, no tiene efectos colaterales indeseables... en una palabra, es una droga milagrosa”.

Tal vez el habitante de la Moncloa haya podido dormir ya a pierna suelta. Ignoro lo que tendrá que hacer el 95% de los compatriotas, a los que se refería no hace mucho. Algunos expertos aseguran que, para cubrir las necesidades afectivas básicas, son necesarios de 8 a 14 abrazos diarios o al menos 1.500 al año para sobrevivir. Posiblemente ellos tendrán que quedar −de vez en cuando− para mantener y fortalecer los efectos del estrujón. Y el resto, seguramente, estará obligado a estar pegándose abrazos por doquier, para poder caer en brazos de Morfeo.

No sé, ni se me ocurre, como terminará el insólito abrazo. Puede ser incluso −por lo imprevisible de ambos actores− que, al final, nuestro refranero tenga razón: ”Hoy abrazos y mañana estacazos”. Estamos a la espera.

* Académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba