Esta semana, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha encontrado entre un fuego cruzado sobre su política de control de fronteras y acogida. El pasado jueves, la ministra Carmen Calvo defendió la actuación del Ejecutivo ante la situación en la que se encontró el Open Arms tras la negativa de Matteo Salvini a abrirle los puertos italianos, enfrentándose a las agrias acusaciones de Podemos. Ayer, el Ejecutivo se veía obligado a dar explicaciones tras el asalto por parte de 155 inmigrantes a la valla de Ceuta. En esta ocasión, Podemos rebajaba el tono, en sintonía con sus oferta para formar un Gobierno de coalición, pero sin conseguir deshacer el clima agrio que dejó la sesión del día anterior.

Mucho más llamativa es la reacción del Partido Popular, que si el jueves, en el Congreso y en palabras de Cayetana Álvarez de Toledo, reprochaba a los socialistas hacer un «negocio electoral» cuando la diferencia de sus políticas con las de Salvini sería «tan pequeñita», al día siguiente abrazaba un catastrofismo sobre el fenómeno migratorio digno del saliente ministro del Interior italiano. El primer asalto masivo a la valla en un año, un periodo en el que la entrada de inmigrantes de forma irregular a España se ha reducido en un 43%, era para los populares la prueba de un «efecto llamada» causado por la tibieza del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Con una campaña electoral en el horizonte, parece que las lecciones sobre los peligros de agitar el fenómeno migratorio como gancho electoral han caído en saco roto.