El concepto de nadie en esta sociedad se suele aplicar en varias frases, entre ellas «si no triunfas en la vida, no eres nadie» o cuando alguien fallece está la típica frase de «no somos nadie». En cambio, no somos conscientes de que somos todo para las personas que nos aman.

La frase de «aceptar que no eres nadie» se la he escuchado a personas inmigrantes sin papeles que llegaron a España dejando atrás a las personas que aman, para las que ellos son todo y se juegan la vida buscando un lugar mejor, oportunidades y un futuro mejor, ese que te martillean continuamente los medios de comunicación cuando dicen «no eres nadie si no tienes trabajo, dinero o éxito laboral».

Cuando llegan a este país, además de encontrarse sin sus seres queridos, con un idioma que pueden conocer o no hacerlo, empiezan a ser buscados para su expulsión, a ser odiados por una sociedad que acepta unos mínimos derechos laborales pero que no levanta la voz cuando explotan al inmigrante, que solo vocifera que le están quitando el trabajo (el que nadie quiere).

Ante este drama social invisibilizado se debe aceptar con la mayor resiliencia posible que estás fuera de casa y que aquí no le importas a nadie, pero en nuestra involución actual no hemos caído en la cuenta de que las mujeres inmigrantes sin papeles si le importan a alguien: a la demografía de nuestro país y a nuestras futuras pensiones. Por este motivo aparecen las ideas «brillantes» de estancia durante más tiempo en España a cambio de dar a tu hijo en adopción, porque ya hemos aceptado que las inmigrantes sin un permiso de residencia no son nadie, entonces no les dolerá que le quiten a su familia.

Me pregunto en qué momento nos arrebataron la humanidad a cambio de ser alguien a costa de otras personas. En qué momento no nos sorprenden noticias llenas de odio que aparecen cada vez que enciendes la televisión o lees la prensa o el momento en que unas vidas son más valiosas que otras, porque no olvidemos la premisa de que somos todo para la gente que nos ama y que desgraciadamente también nos llora cuando morimos y escuchan una y otra vez «que no somos nadie».

* Politóloga