Hoy, último domingo del año litúrgico, la Iglesia celebra la festividad de Jesucristo Rey del Universo. Una festividad de alto contenido teológico, pero que aún no ha llegado a ser una fiesta popular, ni parece que tenga especial significación para la espiritualidad de la gran mayoría de los cristianos. Y es que el título de «rey» aplicado a Jesús, tropieza con dos dificultades: primera, la secular «mundanización»; segunda, el exagerado «misticismo». El título de rey es un título secular que, además, está asociado, en la mentalidad de mucha gente, a las antiguas monarquías absolutas. Por eso, aplicarle a Jesús el título de «rey» tiene el peligro de evocar el poder político que tuvo la religión de Israel y el poder temporal que, desde el emperador Constantino, la Iglesia ha ejercido con tanta frecuencia. Y el exagerado «misticismo» se puede dar en aquellas personas que, cuando piensan en Jesucristo Rey, lo ven clavado en la cruz y asocian la cruz solamente con el sufrimiento y no con «la lucha contra el sufrimiento». Jesús murió crucificado, no porque Dios quiere el sufrimiento, sino porque no lo quiere. Jesús vivió para hacer el bien y aliviar el dolor del mundo. Eso, llevado hasta las últimas consecuencias, es lo que llevó a Jesús a la cruz. La fiesta de hoy nos invita a contemplar la realeza de Cristo y los valores de su reino. «El reinado de Dios consiste --nos dice el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, en su carta semanal-- en el desbordamiento del amor de Dios sobre los hombres, en el amor a toda la humanidad, sin excluir a nadie. Un amor que brota del corazón de Dios y se ha hecho carne en el corazón de Cristo. Un amor que no busca el dominio despótico, ni ejerce la violencia, ni tiene a su servicio los ejércitos y las armas de guerra, sino un amor que se propone para que el hombre libremente corresponda por su parte con un amor del mismo calibre. El amor de Dios es un amor provocativo de nuestro amor, al que libremente se responde, dejando que Dios reine en nuestro corazón». Esta es la esencia de la fiesta de Cristo Rey. Y estos son los valores de su reino: verdad, amor, justicia y libertad. La verdad nos hará libres; el amor nos unirá como hermanos; la justicia nos hará solidarios; y la libertad nos hará sentirnos «hijos de Dios». El reinado de Cristo no es la imposición de una monarquía en la sociedad, es el afianzamiento de la fe en Jesús, el único que salva. Tras épocas en que la imagen de Jesucristo Rey del Universo acercaba a la Iglesia a los poderosos de este mundo, las palabras y los gestos del Papa Francisco nos han ayudado a restituir esta imagen a su justo lugar: «Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la historia... En mitad de un mundo que duerme agazapado entre pocas certezas, los humildes preparan «la revolución de la verdad». El poeta Carlos Aganzo, en su libro Arde el tiempo, pone en labios de Jesús esta plegaria, desde la cruz: «¿Cómo has podido, Padre,/ dejarme aquí tan solo,/ oyendo únicamente la voz de los soldados/ que se juegan mi túnica/ y ese sordo lamento/ de los que esperan la muerte/ sin remisión posible?/ ¿Por qué este aliento amargo/ de hiel que hay en mi boca/ rota de ángel caído?». Pero será ese amor de Cristo Rey, implantado en una nueva «civilización», la «civilización del amor», la que salve a la humanidad.

* Sacerdote y periodista