Entrevista radiofónica a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, mujer comprometida con la lucha por la igualdad. Su militancia feminista queda testimoniada con el desdoblamiento genérico en los primeros compases de la conversación: «Se empieza a generar empleo robusto, es decir, empleo que da estabilidad y tranquilidad a los trabajadores y a las trabajadoras». Sin embargo, el esfuerzo inclusivo es difícil de sostener. A lo largo de las respuestas siguientes ya no se explicita lingüísticamente el mismo afán igualitario: «En este momento estamos hablando y negociando con el sector de los autónomos». ¿Y las autónomas? Desde el punto de vista gramatical estamos ante el uso del masculino como género no marcado (el sistema permite referirse a personas de ambos sexos de este modo), pero atendiendo al principio de la intervención de la propia señora Calvo encontramos una falta de coherencia discursiva. El engorro de la duplicación cae por su propio peso, lo de «trabajadores y trabajadoras» queda reducido a la condición de lastre bienintencionado en el uso eficaz de la palabra, aditamento simbólico que no tarda el perderse por el camino de la charla fluida.

La tendencia al desdoblamiento genérico ha sido ridiculizada con más o menos saña. Por ahí circulan las diatribas academicistas del sabelotodo Pérez Reverte contra los partidarios (y partidarias) de espesar el caldo idiomático en aras de la visibilización de las mujeres.

Lo cierto es que la reiterativa duplicación de terminaciones es difícilmente practicable. Es por ello que surgen otras iniciativas no solamente en el lenguaje escrito (tales como el empleo englobador de la arroba o de una cruz), sino también en intervenciones habladas: ahí está la apuesta por el pseudomorfema --e, cada vez más usual en Hispanoamérica: «Todes les chiques».

No me siento cómodo con ninguna de estas estrategias. Y tampoco me siento cómodo con no sentirme cómodo sin más. Por eso creo que debemos transmitir fórmulas más ortodoxas y sutiles de lenguaje inclusivo, modulaciones del código que no chirríen y que permitan expresar nuestra implicación en la lucha por la igualdad sin ponérselo fácil a los que van de Pérez Reverte por la vida. No me sirve el cargante «todos y todas». No me sirven los subterfugios ajenos al engranaje sistemático de la lengua. No me sirven las invectivas contra la RAE porque el diccionario recoja la realidad del español y no el maquillaje políticamente correcto de esa realidad. No me sirven algunas de las guías a las que he echado un vistazo (otras sí). Pero el caso es que tampoco me sirve el inmovilismo de quienes creen que eso del uso no sexista del idioma es puro postureo ideológico, voluntarismo inconsistente como el ejemplificado por la señora Calvo al desdoblar el género en una entrevista hasta que se le olvida y empieza a hablar en serio.

* Profesor del IES Galileo Galilei