Desde este rincón del mundo ya hemos venido anunciando en numerosas ocasiones que el asunto de la inmigración, que muchos convierten en problema a priori sin necesariamente serlo, es uno de los ejes fundamentales sobre cuya gestión y regulación se construirán las sociedades del futuro. Y lo digo convencido firmemente, porque afecta a nuestro modelo social y de convivencia, a nuestro desarrollo económico, a la estabilidad demográfica, al estado del bienestar, al concepto de ciudadanía, al desarrollo de los pueblos, a los principios fundamentales sobre la dignidad de las personas, a nuestras identidades, al modelo cultural y a casi todo lo que ustedes puedan imaginar. Pero no queremos entenderlo. Ahora el mundial balompédico, aparte del trasiego ministerial, resulta la prioridad para muchos. Fíjense la que se ha montado con el barco Aquarius, y el bochornoso espectáculo internacional para acoger las 629 personas rescatadas en alta mar. Europa enfrentada, las sociedades divididas, los líderes nacionales desafiándose, porque ni existe un proyecto colectivo común en materia de derechos y libertades, ni hay una postura clara y comprometida con la dignidad de las personas.

Vivimos sobrados de cinismo. Ni lo malos lo son tanto, ni los buenos son mejores. España ha hecho un gesto meritorio en este caso, pero no debemos olvidar que todos los días manda de vuelta a sus países a miles de personas, que mantenemos numerosos tratados de repatriación con estados africanos, que en nuestras costas este año vamos camino de aquella crisis de los cayucos del 2006 con un incremento de víctimas por alcanzar nuestras playas, que no hemos ratificado convenciones internacionales de protección de trabajadores extranjeros aprobadas por Naciones Unidas, y que apenas tramitamos solicitudes de asilo. En Italia se han equivocado esta vez, pero no podemos negar el esfuerzo que llevan realizando en los últimos años acogiendo a muchos miles de personas. Europa se reúne cuantas veces sea necesario y mantiene cumbres importantísimas con negociaciones interminables para tratar toda clase de asuntos económicos y financieros, pero es incapaz de ponerse de acuerdo en qué hacer con miles de personas que llaman a sus puertas. Ahora, tenemos que pasar de la urgencia sobre el salvamento de estas vidas en peligro en alta mar, a las estrategias y los consensos sobre la regulación compartida de los flujos migratorios y la corresponsabilidad de los diversos actores.

El fenómeno migratorio no tiene marcha atrás y exige una respuesta urgente y colectiva, aunque nos empecinemos en la política del avestruz. La sobrepoblación mundial y la pobreza generalizada es incompatible con un geriátrico llamado Europa, con la despoblación y abandono de muchos de sus municipios y las altas rentas de sus habitantes comparativamente con esos países. Andalucía en general como frontera sur del Sur, y Córdoba en particular como icono de convivencia intercultural están llamadas a tener un papel relevante en el contexto internacional de análisis y propuestas, de pensamiento y crítica, que contribuya de forma decisiva en la apuesta por nuevos modelos más integradores y menos integristas. En el año 2010, propiciado por el Club de Madrid en el contexto de la Alianza de Civilizaciones, se firmó la Declaración de Córdoba tras la celebración del Foro Internacional sobre Diversidad e Interculturalidad, comprometiendo recursos e iniciativas de los que nunca más se supo. Debemos retomar ese impulso y priorizar en la agenda de las relaciones internacionales este reto, si queremos tener un mundo más justo y humano en el que todos quepamos y podamos vivir en paz y libertad, aunque sea egoístamente, porque si no es así para todos, no lo será para ninguno.

* Abogado y mediador