Tras el tañido de la campana de la Catedral se inicia al mediodía el cortejo. La chirimía comienza a marcar una música rítmica y cadenciosa, un paso ceremonioso. El maestro da un fuerte golpe con su vara para iniciar la escalada, hacia el Olimpo, de Pablo García Baena, quien, escondido y silente en pequeña aula, no pudo ver pasar la policromía doctoral, arco iris de las Ciencias y las Letras. Avanza el cortejo rodeando el patio del Claustro desde la sala de Salinas hacia el Paraninfo. Los doctores cubiertos con el respetuoso birrete, excepto el humilde Pablo que fue mandado llamar por el rector de la Universidad de Salamanca. Vestía toga y azul muceta en espera de recibir anillo, birrete y libro de la sabiduría. Paso lento y ceremonioso el de la comitiva y también el de Pablo, cuyos padres, al decir del doctorando, no hubieran imaginado tan gozoso momento.

Se le invistió en latín, esa lengua que se quiere hacer desaparecer incluso en mentes especializadas en entenderla. El Coro de la Universidad entonó al final del acto el canto alegre, singular exaltación de juventud en el ambiente universitario. En el Paraninfo, a la derecha del rector en la zona de la sociedad civil, en primer lugar sus amigos poetas y en filas posteriores familiares y amigos de Córdoba. A la izquierda el multicolor mundo doctoral, decanos y doctores de Córdoba, entre los que me encontraba. Desde su cátedra, una vez investido doctor, Pablo García Baena recordó a la Córdoba de don Luis de Góngora. Pablo ha vivido un solemne encuentro con su propia historia, rodeado de poetas, familiares y amigos.

Su humildad y talento creativo necesitaban ser premiados con el título de doctor honoris causa por una universidad cuyos estudios fueron creados por el rey Alfonso X el Sabio hace ochocientos años. Pablo se ha hospedado en el Colegio Obispo Fonseca, en la habitación reservada a los doctores honoris causa, zona privilegiada en la que Pablo ha contemplado todos los mecanismos que contabilizan el paso del tiempo. No olvidará esa mañana del veinte de abril, de tantos arcos hechos con piedras centenarias. Piedras a escalar en Fonseca y hacia la segunda planta de la Universidad, antes y tras el ceremonial solemne e íntimo, que se le endulzó con mazapán, cuya fórmula se descubrió en aquellos viejos pergaminos.

Me alegra haber podido acompañar a Pablo García Baena, formar parte del cortejo y agradecer al rector salmantino que me haya dejado participar en esta investidura sin ser yo persona de Letras.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba