Habría pocos países en el mundo que, tras la muerte de Franco apostasen que España pasara de una dictadura a una democracia sin derramar sangre. Habrían perdido quienes pensasen que volverían a relucir las espadas, porque se logró de una manera ejemplar, ya que había buena voluntad y un deseo manifiesto de que no nos enredásemos nuevamente en una lucha fratricida. De manera que fue entonces motivo de asombro y ejemplo para muchas naciones.

Se consiguió, porque los que intervinieron en dar ese salto al vacío, pusieron empeño en lograrlo. Se dio este salto, porque había que mudar todas las estructuras dictatoriales por otras de nuevo cuño, para que los españoles conviviésemos en paz y armonía, con consideración al de ideas opuestas, teniendo en cuenta que podría defenderlas con libertad de opinión y acción siempre que, a su vez respetase las de los demás.

Quienes se embarcaron en ese empeño venían de las más distintas opciones políticas imaginables: franquistas, monárquicos, republicanos, derechistas ultramontanos, socialistas, independentistas, comunistas empedernidos, etc., pero tenían un deseo y afán común: Construir una España de nueva planta donde el odio, el temor y el terror no tuviesen cabida.

Han pasado cuarenta años y no queda ni asomo de aquello. La paz, la tolerancia, el respeto a las ideas de los contrarios no existe. Hoy no hay adversarios, sino enemigos políticos a quienes hay que destruir de la manera que sea: insultos, amenazas, agresiones verbales y físicas, todo está permitido con tal de aniquilar al contrario.

Ha renacido el tan temido cainismo español.

Se le atribuye a George Santayana con más o manos variantes la frase: «El pueblo que no recuerda su historia está condenado a repetirla».

Como historiador estoy totalmente en desacuerdo con tan ilustre personaje, pues sabemos lo ocurrido en tiempos pasados y vamos por una pendiente dispuestos a repetirlo.

Estamos en una situación similar a la pre-guerra fratricida. Se fomenta el odio, la revancha, el separatismo. Hay partidos políticos que, lo llevan en sus programas. Se busca la desmembración de España. Destruirla, en una palabra.

Se profanan templos, de hace escarnio de las manifestaciones religiosas. Confesar los propios sentimientos sirve de ludibrio, y la verdad está perseguida como un crimen social.

Se esta propiciando un caldo de cultivo que, cuando entre en ebullición y explote, puede que el fin sea otro desastre.

Estas nuevas generaciones por malsano deseo de probar otra cosa distinta, están siendo arrastradas hacia un abismo en el que Dios no permita que caigamos todos.

¿Volveremos a la cordura y a la sensatez?

Aunque me digan agorero pienso que no. Se ha instalado una cultura de desprecio y ataque al que piensa distinto que no puede conducir a España a nada bueno.

Vamos camino de la implantación de un pensamiento único que tantos males ha acarreado a la Humanidad.

* Doctor en Filosofía y Letras (Geografía e Historia)