Mucho se ha escrito sobre lo que sienten los bebés dentro del vientre materno. Según avanza un embarazo, su capacidad de reacción a cualquier estímulo aumenta hasta instalarse en el nivel de lo que ese bebé vivirá una vez que salga fuera y se enfrente al desconocido mundo exterior. Aun habiendo evidencia científica de todo esto, resulta complicado imaginar las sensaciones que vivió Amel hace unos días. Amel es la respuesta a las preguntas que todavía algunos se hacen estos días: ¿por qué vienen?, ¿por qué millones de sirios están huyendo de su país?, ¿por qué ponen en riesgo la vida de sus hijos de tan corta edad? Amel tiene una semana de vida y su imagen ha dado la vuelta al mundo. Su madre, Amira, estaba ya en el noveno mes de embarazo y, por tanto, cerca de tenerla entre sus brazos. Pero la mañana del 18 de septiembre el Gobierno de Siria, según varios medios internacionales, volvió a bombardear la ya muy castigada ciudad de Alepo donde todavía reside esta familia. Amira estaba con sus tres hijos pequeños ya nacidos a la espera de la llegada de Amel.

La siguiente escena que hay de todos ellos tiene lugar en el hospital, que sorprendentemente aún opera en mitad de las bombas. Hasta allí consiguió llegar esta mujer magullada en cada centímetro de su cuerpo. Los tres niños sufrieron heridas de diversa consideración pero su vida no corre peligro. Sin embargo, los médicos decidieron practicar de urgencia una cesárea porque la vida de las dos, de la madre y de la hija en su vientre, corría peligro. Lo que no imaginaron es que al abrir iban a encontrar que la pequeña también había sufrido directamente las heridas del bombardeo. Junto a la diminuta ceja izquierda encontraron parte de la metralla que había ya señalado el cuerpo de su madre.

La hazaña médica la ha dado a conocer el propio personal sanitario a través de las redes sociales. Un grupo de hombres y mujeres que aún a día de hoy se mantienen en sus puestos de trabajo. Hombres y mujeres que en medio del dolor siguen cosiendo vidas jugándose las propias. He leído que cuando terminaron la operación de Amira y Amel contaron que no sabían quién había salvado la vida a quién, si la madre a la hija con su cuerpo o la pequeña evitando que esa esquirla de metralla hiciera más daño aún a su mamá. Contra todo pronóstico las dos están vivas. ¿Por cuánto tiempo?, me pregunto. Difícil saberlo mientras observo a ese bebé con la costura sobre su ojo izquierdo y al lado la mano de su madre en carne viva por las heridas del bombardeo. Destrozada pero cerca.

¿Por qué vienen?, ¿por qué huyen?, ¿por qué ponen en riesgo la vida de sus hijos de tan corta edad? Amel (que por cierto significa esperanza) es la respuesta. Aunque aún hay quien no quiera escucharla.

* Periodista