Cien días de margen sobre el fondo de un escenario adverso, en una realidad que confunde las sombras de los protagonistas con una verdadera ruta urbana. Un medio gobierno siempre será mejor que el desgobierno. Vivimos una edad de desmemoria, una especie de asepsia en la infección de cualquier autocrítica. Los partidos se caen, se asoman a su propio despeñadero interno, sin hacer un examen auténtico del paso que los llevó al abismo. Da la sensación de que en la médula de las formaciones tradicionales nadie ha entendido aún el hartazgo vital de algunas actitudes, con sillones forjados con agua de desierto. Algo así parece que sucede con el líder de la oposición local, que ha dinamitado cuatro años de vida de una ciudad anhelante de su propio futuro. Esta gente de ahora puede hacerlo bien, mal o regular, pero está viviendo su momento y merece la duda razonable de lo que podrá ser. La legitimación es necesaria no únicamente para gobernar, sino también para un profundo y mejor ejercicio de la oposición. Si dentro del PP se hubiera instrumentado un ejercicio de valoración sobre los cuatro años perdidos, con ese acelerón final por marcar las propuestas de lo que no ocurrió, quizá se podría ahora articular como una opción alterna, con discurso real, sin zancadillas. El Ayuntamiento anterior no tuvo 100 días de confianza, sino casi tres años. Pero no ocurrió nada. Ahora parece evidente que no se ceden espacios públicos a ningún club privado, que ningún trenecito nos situará en el mapa y que un centro de congresos debería respirar el pulmón interior de la ciudad. Seamos optimistas.

* Escritor