El engaño del grupo automovilístico Volkswagen a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos está llamado a desatar un incalculable carrusel de consecuencias. Irán más allá de la cuantiosa sanción de las autoridades norteamericanas por una trampa inadmisible. Resulta increíble que la principal empresa automovilística europea --y la que mayor número de vehículos vendió en el primer trimestre del 2015 en todo el mundo-- llegara a diseñar un sistema informático en sus modelos diésel que manipulaba la emisión de gases contaminantes, para rebajarlos solo cuando eran inspeccionados. El complejo programa estaba instalado en los 482.000 coches vendidos en un mercado tan atractivo como el de EEUU. De ahí que cabe pensar en una estrategia empresarial al más alto nivel, y que podría afectar a 11 millones de vehículos diésel en todo el planeta.

"La hemos cagado del todo". La confesión del responsable de la firma en Estados Unidos es suficientemente elocuente. El escándalo afecta a la credibilidad de la firma y por extensión a la de la propia Alemania --indiscutible motor de la UE-- y la cancillera Merkel ya ha exigido la máxima transparencia. Es previsible, por lo tanto, que las disculpas no sean suficientes y que el presidente de la compañía, Martin Winterkorn, tenga las horas contadas en su cargo. Un escándalo de estas dimensiones, con pérdidas en la bolsa de más de 26.000 millones en dos días, no se cierra con un borrón y cuenta nueva.