La diplomacia y el pragmatismo han sido las dos cartas ganadoras en el histórico acuerdo sobre el programa nuclear iraní alcanzado entre el gobierno de ese país y el llamado Grupo 5+1 (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia más Alemania). El régimen de los ayatolás necesitaba urgentemente que se levantaran las sanciones que han mantenido de rodillas a un país con un gran potencial económico a partir de su producción de crudo. Ante el nuevo mapa de Oriente Próximo que se está articulando de una forma muy rápida, Occidente ha comprendido que sin Irán no puede haber soluciones en la zona. La suma de intereses ha desembocado en un acuerdo que en realidad es de mínimos porque solo gana tiempo, es decir, atrasa en al menos una década el acceso de Irán al arma atómica. Esto, sin embargo, no le resta importancia histórica.

Con la salida del callejón económico y diplomático, Irán recuperará el papel que la geografía y la historia le han otorgado: ser una potencia regional. La incógnita que el bienvenido acuerdo abre ahora es la de saber cómo las demás fuerzas de la zona interpretarán o asumirán la nueva situación. Desde Israel, que es potencia nuclear, Benjamin Netanyahu lo ha calificado de error y prevé catástrofes. Arabia Saudí, que disputa a Irán el liderazgo regional, ve cómo su gran protector y aliado estratégico, EEUU, pacta con el diablo iraní. El pacto provoca, además, escepticismo entre los Estados del Golfo Pérsico, de tendencia suní, donde se percibe como preocupante y contrario a los intereses de sus monarquías, enemigas históricas de Irán como principal representante que es de la rama religiosa chiíta del Islam.

Y entre unos y otros están la guerra de Siria, el EI con sus derivadas yihadistas que llegan hasta el Magreb y el Africa subsahariana, o el irresuelto conflicto entre Israel y Palestina. El retorno de Irán a la escena internacional tendrá amplias repercusiones, aunque sea prematuro aventurar los cambios.

Con el acuerdo, el legado de política exterior que Barak Obama dejará al final de sus dos mandatos crece. Primero fue el también histórico pacto con el otro gran enemigo de EEUU, con la Cuba todavía castrista. Ahora el alcanzado con la teocracia iraní pone fin a más de 35 años de una enemistad que ha visto episodios como la toma de la embajada estadounidense en Teherán o intervenciones bélicas a distancia con guerrillas patrocinadas por Irán contra amigos de EEUU. Pero para que el legado sea firme, Obama deberá esforzarse mucho en los próximos meses para lograr la mayoría suficiente en el Congreso que ratifique el pacto, al que ha demandado que evalúe el acuerdo "basándose en los hechos y no en la política". Constancia y tenacidad no le faltan, las mismas que han hecho posible un acuerdo que debe generar estabilidad en la zona. Una estabilidad que solo puede hacer posible la diplomacia.