El mundo, la vida no son vulgares, lo parecen a veces si solo se perciben las superficies; pero si se escarba, si se entra en la esencia, surgirá inevitablemente el misterio, la transcendencia, lo diferente e incomprensible pero sugerente y próximo. Acabamos de presentar un nuevo libro, un libro de poemas. Y mientras repasaba sus orígenes, y su propio título, no dejaba de preguntarme para qué la poesía en estos tiempos convulsos, tristísimos, tan crueles. ¿Para qué sirve la poesía? No sé bien si tiene sentido escribir poesía hoy, si tiene sentido escribir- los labios perdidos en el miedo ni siquiera son capaces de esbozar una protesta. Nos estamos quedando ciegos. Ciegos. Como Tiresias, el venerable adivino tebano. Todos los testimonios dispersos a lo largo de los siglos evocan la misteriosa figura de Tiresias, viejo, ciego y sabio; y nos hablan de sus infinitos e innumerables hijos, también mediadores entre los dioses y los hombres, y sus descendientes actuales: Los Arqueros Ciegos.

He aquí su historia: Tiresias, aún adolescente, se encontraba cazando en las cercanías del monte Helicón y se acercó, en la calurosa hora del mediodía, hasta la fuente Hipocrene para refrescarse. Allí estaba Atenea bañándose en compañía de las Ninfas, y entre ellas de Cariclo, la propia madre de Tiresias. Este sorprendió la escena y contempló a la diosa desnuda, quien lo castiga con la ceguera, aunque a ruegos de su madre lo compensa con el don de la adivinación y el de una larga vida. Tiresias ha visto, y puede contar, lo que no debiera, y lo paga con la pérdida de sus ojos. Pero como la transgresión es involuntaria, o al menos falta de malicia, se le compensa con un don: la videncia mántica.

Una crítica subyace en el fondo del relato: las desdichas acontecen siempre por haber visto, o haber dicho cosas que deberían permanecer ocultas. El que entra en posesión de los secretos --según la creencia popular-- es un temerario. Y eso se paga. La ceguera está en relación con la facultad de profetizar o de interpretar el presente. Tiresias es castigado por haber visto a atenea "desnuda", pero lo grave no sea acaso la desnudez, sino penetrar en la intimidad de lo sagrado, de lo prohibido, en lo que debe permanecer oculto para seguir manteniendo su divinidad. La ceguera es el castigo por la aproximación excesiva, por saber demasiado, aunque haya sido sin buscarlo, y la idea que perdura en estas historias es que hay personas, hay cosas que no deben ser vistas o sabidas, y mucho menos dichas, por el común de los mortales. La ceguera es la metáfora de algo inabarcable, cómo se atreven a saber, a querer saber, cómo se atreven- Ver lo que no debe ser visto. Saber lo que no debe saberse. Contar lo que no debe ser contado. Toda superioridad se paga, y a menudo muy cara. No poder ver. Los ojos de Tiresias. No querer ver. Vale.

* Profesor de Literatura