El envejecimiento progresivo de la población española ya no es noticia. Con referencia al 1 de enero de 2014 el Instituto Nacional de Estadística (INE) pone de manifiesto en los Indicadores Demográficos Básicos que el 18% de los 797.710 habitantes de la provincia de Córdoba, es decir 143.587 personas, han cumplido los 64 años. Ello ha conducido a que nuestra provincia sea la segunda más envejecida de Andalucía y una de las más longevas de España. Las previsiones en nuestro país para el año 2016 hablan de una sociedad con cerca de 9 millones de personas mayores de 65 años (un 18,5% de la población total) con un incremento notable del grupo que tendrá 80 o más años (6,1% de la población). Se considera que un 15-20% de la población mayor de 65 años son personas mayores frágiles que precisan una atención específica para los múltiples problemas que presentan, y que para ese año 2016 existirán en España 2.300.000 personas mayores con algún grado de discapacidad para las actividades de la vida diaria. Resulta fácil deducir que la asistencia de las personas mayores de una forma digna y eficiente es uno de los más importantes retos que tiene que afrontar nuestra sociedad, tomando conciencia de la situación y haciendo un notable esfuerzo en la distribución de recursos destinados a este fin.

Las personas mayores nos están pidiendo que les cuidemos. Quizás si nos atrevemos a sentarnos a su lado y a escucharles, descubramos personas agradecidas, deseosas de compartir sus experiencias y sus sentimientos, y llegaremos a la conclusión de que trabajar con personas mayores es gratificante. Hablamos de profesiones en contacto habitual con la fragilidad, la dependencia o la muerte. Profesiones de ayuda que conllevan exigencias técnicas, pero además un compromiso ético superior al de otras actividades, precisamente por trabajar con la vulnerabilidad del ser humano. Ayudar desgasta, y se requiere una reflexión social e institucional que permita cambiar la percepción del trabajo con los mayores: una distribución del trabajo más equitativa; cupos de pacientes ajustados por la edad; mayor especificidad en las funciones, etc. Pero no desaparecerá la amenaza del desgaste profesional. Va a ser necesario que los profesionales se paren a pensar sobre lo que hacen diariamente, recuperen hábitos muchas veces olvidados e impulsen una formación que no trate únicamente los "hechos" sino que recoja también los "valores" y capacite al profesional para el manejo de los conflictos morales. Se trata de introducir en su actividad la reflexión sobre valores como el respeto a la autonomía de las personas mayores; su derecho a una asistencia sin discriminaciones; la obligación moral de proteger a los más débiles, etc.; y la utilización de un método que facilite a los profesionales la toma de decisiones cuando se enfrentan a problemas éticos que les generan incertidumbre y angustia. Y todo ello desde la convicción de que un adecuado manejo de los valores no solo les ayudará a mejorar la calidad de su práctica profesional, sino también a aumentar su satisfacción personal en el trabajo. Para los profesionales no solo debe suponer un reto, sino una oportunidad para reflexionar sobre cómo se realiza ésta asistencia; qué se puede mejorar; y qué fines deben orientarla.

* Doctor en Ciencias de la Educación