Esta semana nos visita Daniel Barenboim, quien al frente de la Orquesta West-Eastern Divan ofrecerá un concierto el próximo viernes en el Gran Teatro. Aunque no es la primera vez que lo hace, pues ya ha dirigido esta orquesta en Córdoba en dos ocasiones (2007 y 2010), y hace mucho más tiempo (en 1959, siendo adolescente) ofreció un recital como pianista en el Círculo de la Amistad dentro de la programación de la ya desaparecida Sociedad de Conciertos, posiblemente sea esta nueva actuación la de mayor repercusión de las mencionadas. No en vano, se enmarca en los actos que varias instituciones están promoviendo para conmemorar el 700 aniversario de la Sinagoga y es, además, la primera vez que la Fundación Barenboim-Said, dependiente de la Junta de Andalucía y bajo cuyos auspicios se celebra este concierto en colaboración con el IMAE Gran Teatro, ha escogido Córdoba como sede para la preparación de la gira de invierno, lo cual ha hecho que la magnífica orquesta, formada por jóvenes músicos árabes, israelíes y españoles, y su carismático director estén pasando buena parte de la semana aquí, ensayando en el Teatro Góngora y conociendo mejor la ciudad.

Si como responsable de cultura del Ayuntamiento de Córdoba me llena de satisfacción y orgullo la celebración de este encuentro en nuestra ciudad, como músico difícilmente puedo expresar la emoción que me causa poder escuchar aquí distintas obras de Debussy, Ravel y Boulez bajo la batuta de un maestro cuya música me ha acompañado desde que era un niño. Porque, en efecto, son varias las generaciones de músicos y aficionados al arte sonoro las que han asistido a la imparable trayectoria de quien ya tiene un lugar en la historia como uno de los más grandes genios de la música desde mediada la centuria pasada. De hecho, acercarse a su apasionante biografía es adentrarse en muchos de los hitos que, en el ámbito de la música, se han producido en los últimos sesenta años, además de estar repleta de relaciones musicales y afectivas con los intérpretes más importantes habidos en este lapso: desde Wilhelm Futwängler, Igor Markevich, Nadia Boulanger, John Barbirolli, Edwin Fischer u Otto Klemperer a Arthur Rubinstein, Pierre Boulez, Sergiu Celibidache, George Solti, Dietrich Fischer-Dieskau o Zubin Mehta, por citar sólo algunos de los más significados. Y, por supuesto, sus compañeros de generación, como Martha Argerich, Itzhak Perlman o Pinchas Zukerman, aparte de la inolvidable Jacqueline Du Pré, con quien formó un dúo de leyenda hasta que la enfermedad de ella (su esposa, por demás) impidió que siguieran tocando juntos.

Ciertamente, la precocidad de Barenboim es proverbial y no extraña que siendo un niño llamara la atención de los más ilustres músicos que pasaban por su Buenos Aires natal por sus excepcionales dotes como pianista y, casi al mismo tiempo, como director. Su increíble capacidad para la música encontró, además, la dirección adecuada gracias en primer lugar a la inteligencia con que sus padres condujeron su formación y gracias también a la pléyade de eximios maestros que influyeron de una forma u otra en un músico capaz de interpretar en vivo las treinta y dos sonatas de Beethoven con tan sólo diecisiete años o, poco después, de tocar y dirigir la integral de los conciertos para piano de Mozart, con la English Chamber Orchestra. Así, hasta compilar un vastísimo repertorio como pianista (solo comparable al de Claudio Arrau) que va desde las Variaciones Goldberg de Bach al piano de Bartok, y con una excepcional atención al repertorio germánico, siguiendo con brillantez la estela de los Schnabel, Fischer, Backhaus, Kempff o el citado Arrau. Y ello, en paralelo a una igualmente fulgurante carrera como director de orquesta, tanto en el repertorio sinfónico como en el operístico, con las mejores orquestas de Europa y Estados Unidos y presente en las primeras salas de conciertos y teatros de los cinco continentes. Su voluminosa discografía en todos estos campos de la interpretación (pianista solista, músico de cámara, director sinfónico y de ópera) es muestra más que elocuente de una aportación a la interpretación musical que difícilmente encuentra parangón hoy en día. Por todo ello y, cómo no, por esa incansable labor que desarrolla en busca del necesario entendimiento y concordia entre los pueblos, fruto de lo cual es esta orquesta, solo podemos tener emocionadas palabras de felicitación y agradecimiento.

* Teniente Alcalde de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba